La Orden de Montegaudio

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ORDEN DE MONTE GAUDIO - ORDEN DE TRUFAC - ALFAMBRA-SANTO REDENTOR

ORDEN MILITAR DE MONFRAGÜE


BIBLIOGRAFÍA:

    Historia de las Ordenes de Caballería de Iñigo y Miera y S. Costanzo publicado en Madrid año 1863

    "Orden Militar de Montegaudio en Palestina y de Monfrac o Mongoya en España.

    El generoso ardor 

 

La Orden de Montjoie u Orden de Monte Gaudio u Orden de Trufac es una orden militar del Reino de Castilla para guerrear durante las cruzadas siendo militarizada en 1173, uniéndose a la Orden de Calatrava en 1221.

La orden fue fundada por Rodrigo Álvarez de Sarria, caballero de Santiago en Tierra Santa, el 7 de julio de 1172, siendo aprobada por el Papa Alejandro III entre esa fecha y el 24 de diciembre de 1173. Rodrigo había creado la orden en el Reino de Castilla y en el Reino de Aragón antes de fundarla en el Reino de Jerusalén en la torre de Ascalón. El cuartel general de la orden estaba situado en el Monte Gaudio, la colina en donde la cruzada tuvo la primera visión de Jerusalén; de ahí su nombre («mons gaudii» en latín).

Don Rodrigo Alvarez, tercer conde de Sarria, hijo de don Alvaro Rodríguez, segundo conde del mismo título, y de la infanta Doña Sancha, hermana de Alfonso VII, el 9 de Julio de 1172 renunció ante el cardenal Jacinto al hábito de Santiago, de cuya Orden fue fundador y comendador mayor. Obtuvo licencia del legado pontificio para pasar a la nueva Orden de Monte Gaudio, que se había de regir con la regla del Cister, más estrecha que la de San Agustín, por la que se regía la Orden de Santiago, que acababa de dejar. Dicha nueva Orden fue aprobada por el Papa Alejandro III el 24 de Diciembre de 1173, quien dio para su régimen espiritual la regla del Císter. El conde Don Rodrigo, que se considera el fundador de esta Orden, vivió en su juventud una vida disipada.

Las reglas de la orden fueron adaptadas a las reglas cistercienses, siendo una orden cien por cien española. El emblema de la orden es una cruz roja y blanca.

 

 

 

Una de las batallas más importantes en las que participaron caballeros de la orden fue la batalla de los Cuernos de Hattin en 1187, pero ninguno de los caballeros de la orden sobrevivió a esta batalla. El resto de la orden permaneció en Aragón hasta que en 1221 Fernando de Aragón la integró en la Orden de Calatrava.

 

El 25 de enero de 1233 la ciudad de Trujillo se rindió frente a un ejército compuesto por Órdenes militares y del obispo de Plasencia. Ese mismo mes se inició el sitio a Úbeda

 

 

   

 

 

Monte Gaudio, nombre titular de la nueva Orden, es un monte situado en la parte oriental del Medirerráneo, a 895 metros sobre el nivel del mar. Según algunos historiadores, allí administraría justicia el profeta Samuel. Los peregrinos que viajaban a Tierra Santa en la Edad Media procedentes de Europa, habiendo pasado Siria, al llegar a este monte veían por primera vez, de un golpe de vista, desde sus cumbre, toda Palestina, con Jerusalén a sus pies. El principal fin de esta Orden del Monte Gaudio era proteger a dichos peregrinos, así como acudir a los sitios en donde fuera solicitada su ayuda en defensa de la cristiandad. En el Monte Gaudio situó su casa principal el fundador don Rodrigo, haciéndola dependiente de la casa central del Císter.

En Jerusalén tuvo su sede maestral en la Iglesia Fortaleza del Monte Gaudio, habiéndosela donado, entre otras tierras y posesiones, la defensa de la Torre de la Puncelles en la ciudad de Ascalón.

Entre sus benefactores en Outremer esato tuvieron el mismo rey Balduino IV, Reinaldo de Châtillon y Guillermo de Monferrato.

Dentro de la expansión territorial protagonizada por Occidente en la Plena Edad Media las Cruzadas se presentan como el sistema empleado para la guerra más característico de este período. En ellas el papado adquiere especial protagonismo, en un momento en que se había fortalecido notablemente tras el problema de la Querella de las Investiduras.

Pero lo que sí podemos hacer es poner en relación la idea de Reconquista hispana y la de Cruzada. Como han demostrado numerosos investigadores, las Cruzadas además de ser una forma específica de peregrinación armada, fueron un instrumento militar puesto al servicio de determinadas ideas y necesidades. Esto se puso especialmente de manifiesto en el siglo XIII, cuando las Cruzadas no sólo se convocan para ir a Tierra Santa y luchar contra los musulmanes, sino también para combatir determinadas herejías (caso de la cruzada Albigense) o problemas políticos (caso de la dirigida a Constantinopla). Así pues, mientras que en el siglo XII la Cruzada fue un arma usada exclusivamente contra los infieles, en el siglo XIII las Cruzadas fueron empleadas también contra cristianos. En el caso Hispano, y según no has transmitido la cronística desde las épocas más tempranas, la Reconquista fue ante todo una guerra antiislámica, y en este sentido una manifestación más de la Cruzada. Por ello la experiencia hispana pudo servir de estímulo para la puesta en marcha de la Cruzada a Tierra Santa.

Sin embargo, en el avance militar de los Reinos Cristianos peninsulares no siempre estuvo presente la idea religiosa, ni tampoco podemos considerar que todas las batallas fueran verdaderas cruzadas, dado que no contaron siempre con la autorización papal y la concesión de indulgencias. Pero esto no significa que aunque no hubiera una predicación expresa de la Cruzada, el papado y las autoridades europeas dejaran de considerar la Reconquista como una guerra religiosa. De hecho, podemos considerar que la justificación del papado y de los propios monarcas cristianos para la no participación hispánica en las Cruzadas de Ultramar son una clara muestra de esta realidad.

Al igual que podemos ver ciertas influencias de la Reconquista hispana en el origen de las Cruzadas a Tierra Santa, a partir del siglo XII estas últimas influyeron notablemente en las actividades militares peninsulares. En efecto, el principal exponente de esta realidad fue la predicación en numerosas ocasiones de la cruzada, cuya consecuencia más inmediata fue la llegada de expediciones procedentes de toda Europa, convirtiéndose de este modo la Reconquista en el objetivo de toda la cristiandad.

Otra muestra de la equiparación del problema hispánico con el de Tierra Santa es la implantación de las Órdenes Militares. Surgidas en el reino de Jerusalén para defender los Santos Lugares, y proteger a los peregrinos, estaban sometidas directamente a la autoridad papal. A principios del siglo XII ya se habían introducido en la Península Ibérica. Su misión principal era la de defender la fe y religión cristiana y contribuir a la expulsión de los musulmanes, siguiendo las pautas establecidas en Jerusalén, en un momento especialmente delicado en la Península Ibérica debido a la amenaza almorávide. Su efectividad en la lucha contra el infiel pueden explicar su aceptación en el resto de los reinos hispánicos.

Sin embargo, la confianza puesta por los hispanos en las Órdenes Militares Internacionales no siempre fue correspondida por éstas, posiblemente porque su objetivo primordial seguía siendo Tierra Santa, y consideraban Occidente más como centros económicos que lugares de combate. Este pudo ser uno de los motivos por el que en los Reinos Hispánicos pronto surgieran Órdenes Militares autóctonas. En este sentido podemos destacar cómo ante la negativa del Temple de resistir en Calatrava ante la embestida de los árabes, a instancia de sus frailes, se hizo cargo de esta fortaleza Raimundo, abad de Fitero, naciendo de este modo la Orden de Calatrava.

 

Además podemos considerar que el nacimiento de nuevas Órdenes Militares está íntimamente ligado al fortalecimiento del poder monárquico y su creación está unida al proceso de organización de las tierras conquistadas entre el Tajo y Sierra Morena a lo largo del siglo XII.  De este modo, la Corona utiliza a las Órdenes Militares para articular socialmente la amplia zona fronteriza

La función principal de todas ellas, según se desprende de la documentación conservada, fue luchar contra los musulmanes, propagar la religión cristiana y ampliar y proteger los reinos cristianos. Estos textos hablan además en lenguaje de las cruzadas y mantienen su espíritu. Así, los papas sancionan con sus bendiciones y privilegios la función de las Órdenes Militares en la Península, destacando su valor en la defensa y expansión del cristianismo. De este modo podemos ver cómo, y en palabras del profesor Benito Ruano, «las Órdenes Militares españolas son consideradas como una especie de ejército cruzado de carácter permanente, una profesionalidad cruzada, ligada a la disciplina papal por los votos correspondientes».

 

Pero aunque  la actividad fundamental de las Órdenes Militares hispánicas era la de combatir en la Península a los infieles, desde su orígenes se contempló la posibilidad de que actuaran en otros ámbitos en defensa de la cristiandad. Así, cuando en 1172 los frailes de Ávila se afiliaron a la Orden de Santiago, prometieron ayudarla a expulsar a los moros de España, para posteriormente, si así lo decidía el maestre, de Marruecos y finalmente de Jerusalén.

 

 

Del mismo modo, en el siglo XIII se puso de manifiesto la posibilidad de combatir a los musulmanes en el Norte de África, gracias a la organización de una cruzada por parte de Alfonso X, ratificada por la autoridad papal en forma de varias bulas de cruzada. El resultado de ello fue la realización de varias expediciones a Marruecos. En ellas las Órdenes Militares participaron animadas con la promesa del quinto de cabalgadas.

 

Finalmente, las Órdenes Militares se convirtieron un instrumento de poder empleado por los monarcas hispanos en las luchas entre los reinos cristianos, especialmente a finales del siglo XII en que los enfrentamientos entre Castilla, León y Portugal estaban a la orden del día. Gracias a la intervención militar de las Órdenes militares en la Península surgieron impresionantes señoríos, que en parte contribuyeron a centrar la atención de las Órdenes en la Península.

 

Pero aunque siempre estaba patente la posibilidad de luchar en Oriente, tanto el papa como las autoridades políticas consideraron que la actividad militar de las Órdenes Militares hispánicas estaba destinada a controlar el poder musulmán peninsular. Los papas eran conscientes de que había que combatir a los musulmanes tanto en Oriente como en Occidente, y que una de sus principales atribuciones era la defensa de la cristiandad. Por ello invertirán bastantes esfuerzos en intervenir en la contienda española,  emitiendo entre la segunda mitad del XI y finales del XIII abundante documentación apoyando y consagrando la Reconquista como una orma de cruzada.

  

La intervención papal, como nos muestra el profesor Benito Ruano, en la contienda hispánica se lleva a cabo a través de dos medios: Fomentando el reclutamiento de combatientes para las guerras en la Península y reteniendo en la Península a aquellos españoles que intentaban ir a Oriente a combatir al infiel. Esto lo consigue mediante la equiparación a los cruzados de España y Tierra Santa en los beneficios e indulgencias. [18] Así el papa Honorio III equiparó las indulgencias a los calatravos que hubieran defendido los castillos de la frontera y los que luchaban contra los musulmanes junto al rey de León o en Tierra Santa. Del mismo modo el papa Inocencio IV conmutó el voto de cruzada a Jerusalén por el servicio en la orden de Santiago en España. También queda patente esta equiparación en otras acciones, como en el caso del Concilio de Clermont de 1130 en que se impuso como penitencia a los incendiarios un año de cruzada que podían cumplir o en España o en Tierra Santa.. E. BENITO RUANO.

Incluso, podemos considerar que a algunos papas le preocupaba más el peligro musulmán en Occidente que en Oriente y que por distintos medios intentaron evitar, e incluso prohibir las expediciones hispanas hacia Tierra Santa, de tal modo que la participación de los hispanos en las Cruzadas de Oriente consistieron sólo en hechos aislados protagonizados por mesnadas señoriales, por algunos caballeros independientes y excepcionalmente por algunos monarcas peninsulares en cumplimiento del ideal caballeresco de la época.

 

Igualmente tenemos constancia de varias convocatorias de las Órdenes Militares hispánicas para intervenir en los asuntos de Tierra Santa. Algunas de estas invitaciones fueron realizadas por las autoridades políticas del Oriente latino. Pero parte de ellas se efectuaron por los papas, que en estos casos actuaron en contra del principio de reservar los contingentes peninsulares para luchar contra Al-Andalus. En cualquier caso no parece que estas llamadas fueran promovidas directamente por la autoridad pontificia, sino que más bien son fruto de demandas realizadas por los Estados Latinos ante las noticias de la  efectividad de estas órdenes en España, o de las propias Órdenes Militares intentando con su participación en los problemas de Tierra Santa cumplir los preceptos de sus reglas. De todos modos, y aunque, como veremos a continuación, conservamos algunos intentos de las Órdenes militares españolas de intervenir en Oriente, en última instancia las circunstancias políticas peninsulares, la posible presión de los monarcas hispanos y las ventajas obtenidas en las campañas contra Al-Andalus, frustaron esas intenciones.

La primera Orden Militar hispánica que intervino en los problemas de Tierra Santa fue la de Monte Gaudio a finales de la década de 1170. Así, entre octubre de 1176 y junio de 1177 Reinardo de Chantillón dio tierras a la Orden, donación confirmada por Balduino IV de Jerusalén con la condición de que Rodrigo y sus seguidores lucharan en el Este contra los infieles. En 1177 Sibila, hermana de Balduino IV y condesa de Ascalón y Jaffa, donó además a su fundador, el conde don Rodrigo Álvarez, torres, tierra y rentas en Ascalón, y en 1178 recibió otras donaciones del Santo Sepulcro. Todos estos privilegios fueron confirmados en 1180 por el papa. Asimismo el conde don Rodrigo empezó a construir una capilla en Monte Gaudio, cerca de Jerusalén, de donde parece que tomó la Orden su nombre. Sin embargo, y a pesar del interés puesto por el conde Rodrigo Álvarez en Tierra Santa, su actividad allí como Orden fue nula, por lo que en 1186 pasaron todas sus propiedades levantinas al Temple, posiblemente debido a que, al igual que ocurrió con otras Órdenes hispánicas, la Orden de Monte Gaudio no llegó a establecerse en Tierra Santa con la efectividad deseable, centrando su actividad en la Península Ibérica. Sólo el interés del conde don Rodrigo por los problemas de Tierra Santa pueden explicar la relación de esta Orden con el reino de Jerusalén.

 

En cualquier caso, en Tierra Santa siempre tuvieron presentes los éxitos militares de las Órdenes Militares Hispánicas por lo que los príncipes de los estados latinos contemplaron la posibilidad de que intervinieran militarmente en sus territorios. Sólo esto puede explicar que en 1180, poco después de fundación de la Orden de Santiago, ésta fuera requerida por Bohemundo III de Antioquía para que asentara algunos contingentes en su territorio cediéndoles a este efecto varios castillos. Las circunstancias históricas en que  se realizó esta convocatoria eran bastante críticas, dado que en ese momento el imperio de Saladino estaba en plena expansión y los estados latinos directamente amenazados. Además, la situación interna en Antioquía era bastante problemática, debido a la existencia en las montañas del Sur del Estado de zonas semi-independientes en poder de los Asesinos.  Por ello,  la política de los príncipes de Antioquía fue la de establecer al Temple y al Hospital en esas áreas singularmente conflictivas. Sin embargo la efectividad de estas Órdenes Militares no fue la deseada, ya que no siempre se asentaron en los territorios que se les habían asignado. Por ello, y ante la no ocupación de algunas fortalezas donadas por Bohemundo II a los Hospitalarios, éste decidió cederlas a la Orden de Santiago. Como pone de manifiesto el profesor Benito Ruano, esta situación es equiparable a la que propició el nacimiento de la Orden de Calatrava en Castilla, ante la negativa del Temple de resistir en dicha localidad.

   

Únicamente conservamos el documento de donación, por lo que desconocemos la respuesta, si la hubo, de Santiago. En cualquier caso, el propio texto contempla la prescripción de la oferta  en un año. Posiblemente los santiaguistas ni siquiera se plantearon la posibilidad de trasladarse a Antioquía, puesto que la situación en la Península no lo aconsejaba. En efecto, en 1179 los caballeros de Santiago había sufrido un importante ataque almohade en Abrantes, y a partir de ese momento comenzó a prepararse la ofensiva cristiana, aprovechando que el califa estaba en Túnez. Por ello, y ante las perspectivas de ampliación territorial tanto en León como en Castilla,  debieron hacer caso omiso a la oferta de Bohemundo II. De hecho, poco después el príncipe de Antioquía ofreció nuevamente la fortaleza de Vetula a los hospitalarios.

 

La tercera ocasión en que una de las Órdenes Militares hispánicas contempló la posibilidad de participar en la Cruzada de Ultramar fue en 1206, cuando,  ante la petición de la Orden de Calatrava de intervenir en Oriente debido a las treguas con los almohades, el papa Inocencio III emitió una bula dirigida a los monarcas hispanos por la  que les pedía que aportaran dinero suficiente para poder trasladar las tropas calatravas a Oriente. Sin embargo, tampoco conservamos ninguna documentación que muestre una respuesta de las autoridades hispanas, ni que indique que la expedición se llevara a cabo, antes bien, es muy probable que esta iniciativa fuera paralizada por los monarcas peninsulares, que no serían muy favorables de retirar fuerzas armadas de la Península, aunque fuera momento de tregua. Incluso no creemos que el papado fuera muy favorable de apartar contingentes militares de España, considerando que la función de las Órdenes Militares hispánicas era la de luchar contra los musulmanes de Al-Andalus, como hemos visto. De hecho, en ocasiones criticó la política de treguas de los monarcas peninsulares, como es el caso del papa Celestino III que en 1193 pidió a Pedro II de Aragón que no impidiera a las Órdenes Militares luchar contra los musulmanes debido a las treguas o el de Honorio II que en 1220 amonestaba a los príncipes hispanos por impedir que la Orden de Calatrava lucharan contra los andalusíes por la misma razón.

 

Pero la tregua establecida con los almohades duró poco, y en 1209 se iniciaron los preparativos para la que iba a ser la gran cruzada hispánica que culminó con la batalla de las Navas de Tolosa de 1212, que supondría la apertura del valle del Guadalquivir a las tropas cristianas y el inicio de la conquista de Andalucía, objeto del resto de la centuria, en la que intervendrán muy activamente las Órdenes Militares.

   

Aunque en 1206 los propósitos calatravos no se llevaron a cabo, esto no supuso que olvidaran  la idea de intervenir en Tierra Santa, y de hecho volvieron a realizar una petición al papa Gregorio IX que desemboca en la solicitud de éste en 1234 al patriarca de Antioquía, Alberto Rezato, de un territorio en Siria para los calatravos. Posiblemente la petición de Calatrava se realizó algún tiempo antes de la fecha del documento remitido por el papa, y que ésta se efectuó debido al parón que las conquistas en Andalucía habían sufrido a partir de 1227. Sin embargo, la ofensiva se había reanudado a principios de 1233 con bastante intensidad, de tal manera que las gestiones del papa fueron tardías e innecesarias, puesto que aunque el principado de Antioquía hubiera concedido un territorio a Calatrava,  de ningún modo Fernando III habría permitido su traslado a Oriente. Además, al igual que ocurrió en la anterior ocasión, la Orden tuvo bastantes oportunidades para mostrar su valor y obtuvo suficientes rentas y señoríos como para olvidarse de las campañas en Tierra Santa. De hecho, no tenemos más constancia de peticiones de la Orden de Calatrava para actuar en Oriente.

 

La otra gran orden militar peninsular, Santiago, también se vio atraída durante el siglo XIII por la cruzada a Oriente, interviniendo la autoridad pontificia en las negociaciones. La oportunidad se produjo a raíz de la solicitud de Balduino II, emperador del Imperio Latino, de ayuda ante la presión que sufría por los estados que le rodeaban. Debido a ello, su reinado estuvo caracterizado por el continuo «peregrinar» por las cortes europeas en busca de ayuda. Finalmente se dirigió a Castilla, estableciendo en 1246 un acuerdo con el maestre de Santiago don Pelay Pérez Correa en el que éste se comprometía a enviar un contingente de tropas a Constantinopla por dos años.

 

La documentación que este acuerdo generó ha sido publicada y estudiada por el profesor Benito Ruano. El acuerdo se firmó en Valladolid en 1246, y tuvo que ser la consecuencia de las conversaciones que el emperador tuvo con representantes santiaguistas en el Concilio de Lyon de 1245. Finalmente Balduino II se trasladó a Castilla donde se estableció el compromiso con la Orden de Santiago.

Según se puede ver en la carta remitida por el papa Inocencio IV, el  acuerdo establecido en Lyon contemplaba el traslado de 300 caballeros, 200 ballesteros y 1.000 peones a Constantinopla durante dos años. Éstos estaban obligados a participar en todas las campañas realizadas por el emperador o su hijo, y además podían emprender cuantas cabalgadas quisieran contra los infieles, gozando en estos casos de todo el botín que pudieran recabar.

   

A cambio de este servicio, la Orden tendría derecho a la quinta parte de las conquistas que se realizaran a partir de su llegada sin su participación, y a la cuarta parte de las que estuvieran presentes. Después de transcurridos los dos años de servicio, los santiaguistas obtendrían la ciudad de Visoya y el castillo de Medes. Además recibirían 40.000 marcos esterlines y heredades y casas en Constantinopla para sede de la encomienda y residencia de enfermos y heridos.

 

Como podemos ver, este tratado era bastante ventajoso para la Orden de Santiago, y la única explicación para ello es la crítica situación en que se encontraba el Imperio Latino. A pesar de ello, el acuerdo no se cumplió posiblemente debido a la intervención de la monarquía castellana en su contra. En efecto, aunque el infante don Alfonso, en nombre de su padre Fernando III  autorizó la partida de tropas santiaguistas a Constantinopla, el número permitido se rebajó a tan sólo a 50 caballeros santiaguistas, 100 “dextrarios” y 100 caballos, aunque podían acompañarles todo el personal ajeno a la orden que quisiera. Posiblemente autorizó este acuerdo ante la presión de la carta papal que instaba a la Orden a cumplir el tratado establecido con el emperador, pero  no la debió aceptar con mucho agrado, como muestra las restricciones que impuso y el hecho de que introdujera una cláusula recordando que esta acción no podía sentar precedentes. Además, poco antes Fernando III donó a la Orden de Santiago el castillo de Reina, al norte de Sevilla, y aún sin conquistar, posiblemente como un incentivo a los santiaguistas, ya que en un futuro podrían ampliar su señorío de Hornachos hacia el sur, y podría animarlos a que siguieran empleando sus armas en Andalucía.

 

En cualquier caso, y aunque Pelay Pérez Correa tenía bastante interés en crear una encomienda santiaguista en Oriente, esto no supuso en absoluto el abandono de sus obligaciones peninsulares. De hecho, a principios del año 1246 el maestre de Santiago estaba en Andalucía y por su consejo Fernando III tomó y sitió Jaén, así como inició los preparativos para el ataque directo contra Sevilla.

   

Posteriormente al permiso del infante don Alfonso, en agosto de ese mismo año de 1246, se firmó el tratado entre el emperador Balduino II y Pelay Pérez Correa, en el que se hizo caso omiso de las restricciones impuestas por la monarquía castellana. Así, se estableció el traslado a Constantinopla de un contingente formado por 300 caballeros de la orden, 300 “dextrarios”, 300 caballos, 200 ballesteros y 1000 sirvientes, para que permanecieran durante dos años en Constantinopla al servicio del emperador. Es muy posible que este acuerdo no gustara en absoluto al rey castellano, y un síntoma de ello puede ser que ni el rey ni el infante acudieron a refrendarlo, estando tan  sólo la reina madre doña Berenguela como confirmante. De hecho, podemos considerarlo casi un desaire, dado que por esas fechas el infante don Alfonso se encontraba en esa zona.

 

Otro hecho que puede explicar el incumplimiento del acuerdo es la complicación de la situación política en Al-Andalus. En efecto, ese mismo verano el jeque de sevillano Aben Alchad, que era amigo de Fernando III, había sido asesinado, precipitándose por esta razón el inicio de las campañas contra la antigua capital almohade, lo que podía suponer la suspensión o aplazamiento del contrato. En cualquier caso, el empeño de los santiaguistas continuó, dado que en febrero de 1247 se trasladan a Lyon representantes de Pelay Pérez Correa con el fin de recoger el dinero con el que Balduino debía contribuir para sufragar el viaje a Constantinopla para lo que el papa debía actuar como intermediario. Sin embargo al parecer el emperador de Constantinopla no había podido reunirlo, por lo que el papa remitió una carta al maestre de Santiago en la que le emplazaba para el mes de agosto, puesto que hasta esa fecha no podría disponer de todo capital.

 

Pero parece que nunca se llegó a realizar ese viaje. El cúmulo de contrariedades pueden explicar en parte su fracaso. Posiblemente Balduino II no consiguió nunca reunir la suma necesaria para llevar a cabo el proyecto, y además de que los reyes castellanos no veían con muy buenos ojos que parte de las fuerzas militares disponibles se trasladaran a Oriente, el comienzo de la conquista del reino de Sevilla, la complejidad de sus campañas, y las oportunidades de ampliar notablemente los dominios de la Orden en Andalucía, distrajeron definitivamente los proyectos de Pelay Pérez Correa, quien actuó muy activamente en la conquista de Sevilla y en las campañas posteriores.

   

Algunos monarcas hispanos se vieron  también implicados en el espíritu cruzado imperante en Europa y no se conformaron con materializar el ideal de Cruzada con la lucha contra los musulmanes en la Península. Por lo que  proyectaron, e incluso llevaron a cabo expediciones a Tierra Santa. En este sentido debemos destacar la programada por Jaime I de Aragón en 1269, ya que en ella participaron huestes de las Órdenes Militares hispánicas. El origen de esta empresa fue una invitación del khan tártaro Abhaká, que era yerno del emperador Miguel VIII. Esta proposición fue recogida por el propio Jaime I en su Crónica. En ella narra cómo estando en Toledo en 1268 para asistir a la primera misa como arzobispo de su hijo, el infante don Sancho, tuvo la noticia de la llegada a Cataluña de dos embajadores del khan pidiendo ayuda para el emperador de Constantinopla. A pesar de las solicitud de Jaime I a Alfonso X de Castilla, éste sólo se comprometió a contribuir con 100.000 mrs. de oro y 100 caballos. Asímismo el maestre don Pelay Pérez Correa prometió aportar 100 caballeros a la empresa. También la Orden del Hospital ofreció ayuda, así como el Temple y la rama calatrava de Aragón (encomienda de Alcañiz),  y las ciudades de Barcelona y Mallorca. Todos ellos participaron activamente en la empresa, a excepción de Santiago, que como amargamente reconoció Jaime I, incumplió su promesa. ¿Hubo alguna intervención por parte del monarca castellano en ese cambio de parecer de los santiaguistas?. Es muy posible, dado que la situación en Andalucía era bastante problemática, debido a las secuelas de la revuelta mudéjar.

 

En cualquier caso, la cruzada fue un auténtico fracaso, ya que al poco de hacerse a la mar debido a una tormenta Jaime I volvió a puerto con la mayor parte de la flota, continuando sólo algunas naves en las que iban los hijos bastardos del rey, Pedro Fernández y Ferrán Sánchez, algunos nobles y los embajadores de Bizancio y Trebisonda que regresaban a su tierra].Debemos destacar, sin embargo, que el descalabro de la empresa no fue sólo producto del mal tiempo. En efecto, como han puesto de manifiesto varios autores en buena parte se debió a  que el monarca aragonés tenía pocas intenciones de llegar a Israel, especialmente considerando su avanzada edad, y lo que hizo fue limitarse a mostrar un gesto con el que tranquilizar al papa sobre su fidelidad personal, especialmente considerando que en 1245 el papa le había solicitado que realizara una Cruzada. La tempestad fue pues un alivio y la excusa perfecta para no realizar una empresa para la que no estaba preparado.

 

LA ORDEN DE MONTE GAUDIO. LOS TEMPLARIOS. ORDEN DE SAN JUAN DEL HOSPITAL.

Don Rodrigo Alvarez, tercer conde de Sarriá, hijo de don Alvaro Rodriguez, segundo conde del mismo título, y de la infanta Doña Sancha, hermana de Alfonso VII, el 9 de Julio de 1172 renunció ante el cardenal Jacinto al hábito de Santiago, de cuya Orden fue fundador y comendador mayor. Obtuvo licencia del legado pontificio para pasar a la nueva Orden de Monte Gaudio, que se había de regir con la regla del Cister, más estrecha que la de San Agustín, por la que se regía la Orden de Santiago, que acababa de dejar. Dicha nueva Orden fue aprobada por el Papa Alejandro III el 24 de Diciembre de 1173, quien dio para su régimen espiritual la regla del Cister. El conde Don Rodrigo, que se considera el fundador de esta Orden, vivió en su juventud una vida disipada.

Monte Gaudio, nombre titular de la nueva Orden, es un monte situado en la parte oriental del Medirerráneo, a 895 metros sobre el nivel del mar. Según algunos historiadores, allí administraría justicia el profeta Samuel. Los peregrinos que viajaban a Tierra Santa en la Edad Media procedentes de Europa, habiendo pasado Siria, al llegar a este monte veían por primera vez, de un golpe de vista, desde sus cumbre, toda Palestina, con Jerusalen a sus pies. El principal fin de esta Orden del Monte Gaudio era proteger a dichos peregrinos, así como acudir a los sitios en donde fuera solicitada su ayuda en defensa de la cristiandad. En el Monte Gaudio situó su casa principal el fundador don Rodrigo, haciéndola dependiente de la casa central del Cister. El 2 de Octubre de 1187 Saladino conquistó Jerusalen y la Orden de Monte Gaudio tuvo que abandonar su casa fundacional y establecer su casa central en Alfambra. En octubre del 1188 Alfonso II, viendo la decadencia de la Orden le encomienda otros dos fines: el de hospitalaria y el de redentora, para redimir a los cristianos que cayeran en manos de los moros. Le da el nombre de San Redentor y como casa principal el Hospital de San Redentor que había fundado en Teruel en la plaza de San Juan, en 1178. En esta orden había caballeros de muchas nacionalidades y faltando la necesaria disciplina entre ellos vio el rey que la defensa de la frotera de Aragón corria serio peligro. Así decide disolverla en 1196 cediendo a la Orden de Los Templarios todas las posesiones de la antigua orden. La fecha exacta de la fundación de la Orden del Temple no se conoce , pero la mayor parte de los tratadistas la sitúan entre 1119 y 1120. Durante todo el siglo XII entre Castilla y Aragón la vida se mueve en ambiente de cruza y ahí es donde tienen su papel las Ordenes militares que viven en Aragón, concretamente la del Hospital y la del Templo. La Orden del Temple con el paso de los años va siendo una orden rica y a comienzos del siglo XIV (1305-1307) y son acusados calumniosamente ante la Corte del rey francés Felipe IV de omisión de la consagración, de besos impuros en los rituales, de sodomía, de negación de Cristo…Felipe IV comenzó este proceso con el propósito de apoderarse de la riquezas templarias y así el Papa Clemente V la disolvió. La heredera de los bienes de los templarios fue la Orden de San Juan del Hospital. En Aragón todos los castillos templarios fueron entregados a dicha orden en 1317, pero Jaime II para evitar el excesivo agrandamiento de dicha orden crea otra nueva ( La de Montesa) en 1319. Los Templarios se acomodaron en diversos trabajos y morirían diseminados por distintas ordenes.

Algunos dicen que la Orden de Montegaudio nació en Jerusalén al amparo del Temple pero lo cierto es que se desarrolla en Aragón y en Castilla tomando aquí el nombre de Monfrag porque su maestre don Rodrigo Álvarez de Sarria era caballero de la Espada y por tanto aliado y socio de don Pedro Fernández de Fuenteencalada

Fernando II tenía un pasillo para llegar a Coria por la calzada romana de la Guinea, los caballeros de Montegaudio con su maestre el conde de Sarria tenían controlada la zona oriental castellana de la Calzada desde su castillo de Segura (de Toro), los cofrades de la Espada con su maestre Fuenteencalada atienden la raya mora de la Trasierra Occidental fortificándose en Granada (Granadilla), Palomero, Santa Cruz y Atalaya, guardando el pasillo de Coria en plena frontera con los moros de Portezuelo, Ceclavín y la Sierra de Gata.

Este mismo año el rey de Portugal Alfonso Enrique hace donación “a favor del Conde Rodrigo Álvarez de Soria (quiere decir de Sarria), Cavallero del Orden de Santiago, y al primer Maestre de ella Don Pedro Fernández, y a su Religión, de los términos de la villa, y el Castillo de Abrahantes, en el que se señalan varios linderos, y entre ellos bienes de la Orden del Templo

En este año de 1180 es aprobada por el papa Alejandro III la Orden de Montegaudio bajo la regla del Císter, y cierta donación dice de ellos: “…A vos don Rodrigo González, Maestre de Monfrac, de la Orden de Montegaudio”.

Durante el reinado de Alfonso VIII (1158-1214), el Papa Alejandro III firma en 1175 la aprobación de la Orden Militar de Santiago, evolución de la Orden de los Frates de Cáceres (1170), fundada por Pedro Fernández, quien a su vez había recibido el encargo por parte del Rey Fernando II de León, de la defensa de la recién conquistada ciudad de Santiago. Los Santiaguistas colaboraron activamente en la Reconquista y la repoblación. Alfonso VIII les cedió Ucles (1174), Moya y Mira (1211), a las que luego se sumaron Osa, Montiel y Alfambra

Uno de los fundadores de la Orden de Santiago se separo a los pocos años y creo la Orden de Santa María de Montegaudio, de regla mas rígida, unida luego al Císter y conocida como Orden de Monsfrague, hasta su fusión con la Orden de Calatrava.
Orden de Montegaudio.

Orden regular hospitalaria religiosa y militar, que fue aprobada en 1180 por el papa Alejandro III con el nombre de Monte-Gaudio, otorgándole la regla de San Basilio. Se instituyó con motivo de que un grupo de caballeros cristianos que se dedicaban voluntariamente a la custodia del Monte-Gioia o Monte-Gaudio -un lugar de peregrinación- se hicieron célebres por los socorros que prestaban a los peregrinos y por sus acciones piadosas. Tras la ocupación de la Tierra Santa por parte de los musulmanes, los caballeros de la orden se retiraron a España, y se asentaron en los reinos de Castilla y de Valencia, donde el rey Alfonso IX les dio el castillo de Mont-franch y las posesiones de Trujillo. Los caballeros de Monte-Gaudio aceptaron esta donación y, en reconocimiento, defendieron al rey Alfonso en las luchas que hubo de mantener contra los ataques de los musulmanes.

Además, para conservar un recuerdo de las liberalidades que les había prodigado el rey, resolvieron cambiar el nombre de la orden por el de Mont-franch.
Por los años 1220-1230, el rey Fernando incorporó esta orden a la de Calatrava. Su divisa era una cruz octógona de gules.
El primero, en el reino de Castilla, tiene complejos orígenes. En 1195, ante el avance musulmán, la Orden de la Alcántara abandonó sin lucha la defensa de Trujillo (Cáceres). Por esta deserción el rey, Alfonso VIII, les quitó varias posesiones; entre ellas el castillo de Ronda (Toledo), que dio a la Orden de Montegaudio. Pero al año siguiente esta pequeña orden fue anexionada al Temple y, aunque una fracción se opuso, los templarios tomaron posesión, por la fuerza, de granjas, castillos, etc. Entre éstos el nombrado de Ronda, aunque para complicar más el asunto el rey dio gran parte del pueblo y sus tierras a la Orden de Calatrava.

Curiosamente, en 1221, la citada facción de Montegaudio fue obligada a integrarse en la de Calatrava. Nuevamente una parte se rebeló contra la fusión, se encerró en sus posesiones y las entregó a los templarios, alegando aceptar la anexión previa que rechazaron en 1196. Así, el Temple entra en posesión «legal» de Ronda, que ya poseía manu militari, además de El Carpio de Tajo y Montalbán. En esta última fundaron una encomienda poderosa por partida triple: en lo militar, por su castillo; en lo económico, por los pastos, ganados, colmenas y el paso de barcas del Tajo; y en lo espiritual, por los célebres santuarios de las Vírgenes Negras de Melque, Novés y Ronda, además de la capilla y fuente milagrosa de San Millán, un donado templario que la leyenda considera hijo de san Isidro y santa María de la Cabeza, patronos templarios de Madrid (AÑO / CERO, 70).

Hoy, en lo alto del cabezo quedan los restos del Castillo y la efigie del Sagrado Corazón, que quiere recordar la de Río de Janeiro. Según Gazulla (1928) el Castillo fue conquistado por Alfonso II en 1169 y donado a la Orden Militar del Santo Redentor de Alfambra o del Monte Gaudio, que había fundado Rodrigo de Sarria, caballero gallego que llegó a Aragón en el séquito de la reina Sancha, hija de Alfonso VIII de Castilla

La Orden Monástico-Militar y Jerosolimitana de Santa María de Montegaudio.

Por: D. Arturo Serón.

Articulo para la Revista Castillos de Aragón de la ARCA Asociación para la Recuperación de los Castillos de Aragón.

Fundada en época incierta, según algunas fuentes en Tierra Santa en el reinado del monarca Balduino III de Jerusalén, entre 1143 y 1163.
Está confirmado que el conde gallego Don Rodrigo Álvarez, que fue tenente de la villa de Sarría (Lugo) hasta 1171, sobrino de Alfonso VII de Castilla y participe en la II cruzada, a su vuelta de ésta, pensó en ingresar en la orden del Temple, pero al hacerlo su mujer en la del Cister, se inclino por la de Santiago, llegando a ser comendador mayor. Pidiendo permiso al legado pontificio, el cardenal Jacinto para refundar la antigua orden, a modo de la de Santiago, de la cual tomo sin consentimiento del capítulo la cruz roja y blanca por mitades; con todo ello el cardenal dio su aprobación en 1173, pasando a residir inicialmente en el castillo de Abrantes (Portugal). Confirmada por el papa Alejandro III en 1175 mediante bula a favor de su Gran Maestre Francisco Radecio, recibiendo inicialmente según ciertas fuentes la regla de San Basilio, con la condición de que no ingresaran en ella caballeros que ya fueran santiaguistas y de que no tuvieran ninguno de los castillos de ésta orden.
Para evitar roces con la orden de Santiago, Don Rodrigo y sus caballeros se trasladaron al reino de Aragón donde Alfonso II les recibió con los brazos abiertos y les otorgó el castillo de Alfambra en 1174.

La orden se extendió con gran rapidez y en un periodo relativamente corto por éstas tierras; en escasamente seis años, desde 1174 hasta la aprobación de sus estatutos por Alejandro III en 1180 (cuando recibieron definitivamente la regla del Cister) obtuvieron su sede maestral de Alfambra y un gran número de plazas estratégicas al sur de la Corona. Por esta época D. Rodrigo peregrinó desde Alfambra a Jerusalén y adquirió el monasterio de Monte Gaudio, en un cerro al Este, a extramuros de la ciudad y lo convirtió en la cabecera y cuartel general de su milicia. En 1176, el rey Balduino IV de Jerusalén les concedió la custodia y guarnición de varias torres de la ciudadela de Ascalón.

Don Rodrigo intentó hacer reconocer la orden a nivel internacional aunque no consiguió llamar demasiado la atención de hermanos extranjeros, permaneciendo en Ultramar como orden exclusivamente española. Se sabe con certeza que un pequeño destacamento representó a la orden en la batalla de Hattin en 1187. Tras la derrota y posterior desastre, los supervivientes de la orden se retiraron a Aragón, aunque un puñado de hermanos permaneció en Tierra Santa y se unió a los templarios.

En 1186, tras ciertos visos de crisis interna en la orden, en la que imperan el poco carácter del fundador y la falta de entendimiento entre caballeros de diferentes lugares, Fray Pedro de Cilis, Preceptor y Consejero de Fray Lino de Luca, Maestre Provincial de España y del capitulo de Alfambra transfería todos los bienes de la orden en Aragón, Castilla. León y Galicia a la orden del Temple, en nombre de Fray Gilbert Erail, Gran Maestre de ésta, aunque esta donación nunca llegó a hacerse efectiva.

En 1187 seguía siendo Gran Maestre Fray Lino de Luca y Fray Juan García Comendador de Alfambra.

Tras la muerte del conde D. Rodrigo (que la leyenda dice que fue enterrado en alfambra) y la perdida de Jerusalén la orden se establece en Aragón en 1188/94, Alfonso II decide incorporar la orden de Montegaudio a la del Santo Redentor, llamada también de Alfambra, por lo que la sede maestral pasa de Alfambra al Hospital del Santo Redentor de Teruel.

En 1196/97, el monarca aragonés, tras considerar la escasa efectividad de la Milicia decide incorporarla a la orden del Temple, pasando todos sus bienes de aquélla a ésta. El traspaso y donación de los bienes fue confirmado por el papa Celestino III.
Se conocen los nombres de varios comendadores fechados en 1196 en la concordia de incorporación de los bienes de la orden de Sta. María de Montegaudio y del Santo Redentor de Alfambra a la orden del Temple, en ella figuran:

Frey Fralmi de Lucha (¿Lino de Luca?) como Gran Maestre de la orden de Montegaudio y Frey Gilbert de Erail y Frey Ponz de Rigalt como Maestre Provincial y Maestre de Ultramar respectivamente de la orden del Temple.

También se nombran por parte de la orden de Montegaudio:

Frey Martí, comendador de Castellote; Frey Michel Capella, Frey Per Gómez, comendador de Alfambra; Frey Martín Per, comendador de Villel; Frey García, comendador de Montis; Frey Sanz, comendador de Orrios; Frey Furtuyn Xemeni, comendador de Libros y Frey García de Jacha, comendador de Imanes entre otros.

Gascón de Castellote, tenente y comendador de Castellote se opuso a la fusión de ambas ordenes y resistió durante algún tiempo en la fortaleza, defendiendo sus derechos y los de su orden. También en Castilla y León, la institución, a la cabeza de su comendador D. Rodrigo González decidió seguir por su propia cuenta, desacatando su incorporación a la orden del Temple y recibiendo de manos del monarca castellano Alfonso VIII el castillo-santuario de Ntra. De Montfrague en Cáceres, junto al rió Tajo, estableciéndose aquí precisamente y erigiéndose ésta como su sede maestral y cabecera de Castilla, de donde tomará ahora el nombre de orden de Santa María de Montfrague.

Este santuario albergaba una talla de la Virgen supuestamente traída también de Tierra Santa por el conde fundador.

En 1215, el papa Inocencio III había confirmado la transferencia de los bienes de la orden hecha antes de 1196 al Temple (aunque los caballeros no incorporados a esta orden podrían disfrutar y retener los adquiridos después de 1196).

Los templarios, queriendo hacer efectiva la posesión de los bienes montegaudianos ocuparon todas sus fortalezas en Castilla excepto la de Monfrague, aunque la orden castellana conseguiría sobrevivir paralelamente a la orden del Temple, incluso incrementando su patrimonio.

Tiempo después, en 1221, Fernando III el Santo dispuso la unión de esta institución castellana a la orden de Calatrava, pero del mismo modo que en 1196 había habido caballeros que se habían negado a unirse al Temple, ahora los había que rechazaban su integración a Calatrava, por lo que ciertos freires rebeldes se encastillaron en las fortalezas toledanas de El Carpio, Montalbán y Ronda, en la línea del Tajo, aunque ante la presión que sufrieron por parte de los calatravos les llevó a entregar estas plazas a los templarios. La orden de Montegaudio tuvo numerosas posesiones en Palestina, Castilla, León, Galicia, Portugal y Cataluña. Pero donde se expandió con más rapidez fue en la Corona de Aragón, en poco menos de 23 años, desde la aprobación de la orden en 1173, hasta su unión con la orden del Temple en 1196, ésta milicia adquirió una serie de fortalezas, encomiendas y lugares en la zona del Maestrazgo turolense, donadas todas ellas por Alfonso II, estas eran:

Alfambra (1ª Sede maestral en 1173/74); Celadas (en 1172/73); Cantavieja (en 1169/80); Malvecino (en 1173); Perales de Alfambra (en 1173/80); Villarpardo (Camarón); Villarrubio; Fuentes de García; Villar de Menga o Mengua (Villalba Alta?); Menta (despoblado o quizás Camarillas); Escorihuela (en 1173); Altabás; Miravete de la Sierra (en 1174); Camañas (en 1174); Fuentes de Alfambra (¿Fuentescalientes? En 1175); La Iglesuela del Cid (en 1181); Orrios (en 1182); Villarplano (despoblado de Mas de las Matas en 1186); Villagarcía; Castellote (en 1187); La Peña del Cid o Ruy Díaz (entre Villel y Libros en 1187); Libros (en 1187); Tramacastiel (en 1187); Villel y Villastar (en 1187); Cuevas de Eva (en 1187); el Hospital del Santo Rdentor de Teruel (2ª Sede Maestral en 1189); La Cañada de Benatanduz (en 1194); Tronchón (en 1194); Mirambel (en 1194); el desierto de Villarluengo y Torre de Monsanto (en 1194/95); La Cuba y Casas heredades en: Huesca, Huesca del Común, Burbáguena, Calatayud, Pina de Ebro, Mediana de Aragón, Zaragoza, Fraga y la Iglesia de Montis entre otras.

Aunque no hay datos ni noticias que corroboren su pertenencia a ésta orden sino a la del Temple, hay una fortaleza en la provincia de Huesca, cerca de Chiriveta que se le conoce con el nombre de Monguay, que primitivamente se llamaba Montgaudí o Monte Gaudio. A ella hace referencia D. Cristóbal Guitart Aparicio cuando dice que " Ramón Berenguer IV entregó éste castillo a la orden del Temple en 1143". El texto de entrega dice así: "Castrum Totum quod dicitur Mongaudi".

Hay que recordar el gran número de denominaciones que tuvo la orden durante su breve existencia aparte de sus ya nombradas fusiones con otras instituciones.

Literalmente traducida en latín como Santa María de Monte del Gozo o de la Alegría, fue conocida como: Montegaudio o Montegaudí en Aragón; Montjoy o Montjoie en Cataluña y Valencia y Montfrague, Montegrago o Monsfrag en Castilla.

El hábito de la orden era blanco y su insignia, que en principio ya hemos dicho era la cruz roja y blanca por mitades, fue sustituida luego por la cruz octogonal encarnada muy parecida a la de los templarios.

A modo de epílogo y a mi propio juicio hago destacar que la breve existencia de esta antigua Milicia contrasta con su azarosa, complicada, original y controvertida historia, plagada de triunfos militares, cambios en sus estructuras jerárquicas, disensiones internas, roces con otras ordenes y fusiones con otras instituciones. Cabe decir que en apenas 78 años, desde 1143 ó 1163 (cuando según algunos historiadores nació en Tierra Santa) hasta 1221, o incluso quizá un poquito más tarde , la orden pasó de ser filial de la de Santiago, a asentarse sólidamente en el reino de Aragón, brillando con luz propia en la conquista de grandes territorios al sur de la Corona, fusionándose con el Hospital del Santo Redentor (en 1188/94), del que tomó su nombre, siendo incorporada al Temple en Aragón (en 1196/97), sobreviviendo en Castilla con el nombre de Montfrague, decretándose su unión al instituto calatravo y optando definitivamente por agregarse a la orden del Temple.

Rebuscando en viejos libros se han encontrado algunas notas sobre la historia de Tramacastiel que se exponen a continuación.

Se cree que los hombres primitivos ya habitaron los territorios de Tramacastiel, por cuanto que se han encontrado en el Prado de las Boqueras abundantes materiales de superficie que pueden ser restos de un posible poblado o taller de silex del Eneolítico.

  La primera noticia escrita que se tiene de la villa de Tramacastiel nos la proporciona un documento del rey de Aragón, AlfonsoII, expedido en Calatayud en Diciembre de 1187, y que se encuentra depositado en el Archivo de la Corona de Aragón en Barcelona. Dicho documento dice que el Rey dona a la Orden de Montegaudio(1), de Alfambra, el castillo y la villa de Villel con todos sus términos, pertenencias y todas sus aldeas: Tramacastiel, Cuevas de Eva (¿Riodeva?), Villastar, Cascante, Valacloche y Libros.

   Poco antes de morir AlfonsoII, en abril de 1.196, concedió que la Orden de Montegaudio se fusionara con la Orden de los Templarios; pasando a ser propiedad de éstos todas posesiones que tenía la anterior.

   Entre estas posesiones se supone que estaba Tramacastiel, porque como aldea de Villel tuvo que seguir la suerte de la que era su cabeza.

   Los templarios construyeron la fortaleza en lo alto de unos riscos y de ese castillo sólo quedan los restos.

En el siglo XIV, al desaparecer la Orden de los Templarios, Villel, Villastar, Riodeva etc... pasaron a depender de la Orden de San Juan de Jerusalén, pero la villa de Tramacastiel debió desligarse y no perteneció a esa Orden, pués se sabe que hacia el año 1.200, Gil Ruiz de Castelblanque, valenciano del Rincón de Ademuz, poseyó un extenso señorío pegado al estado de Albarracín siendo señor de Tormón, El Cuervo, Tramacastiel, Cascante del rio, Valacloche, Sot y Chera.

   Una hija de Ruiz de Castelblanque casó con mosen Blasco Fernández de Heredia, conde de Fuentes y Marqués de Mora. Este matrimonio tuvo a partir del siglo XV el título de Condes de Fuentes.

   Se sabe que Tramacastiel perteneció a ese Condado y tomó el título de Villa del Condado de Fuentes.

   También se sabe que en los siglos XVII y XVIII, Tramacastiel hace uso constantemente del Fuero de Valencia, diferenciándose, por ejemplo de Rubiales que se titulaba aldea de la Comunidad de Teruel y de Castielfabib que a su vez se titulaba villa real. El uso de ese fuero valenciano viene sin duda dado por la procedencia de su antiguo señor Ruiz de Castelblanque, que como se ha citado era valenciano del Rincón de Ademuz.

   La riqueza de Tramacastiel en aquellos tiempos era el monte, el ganado y la agricultura.

(1) La Orden de Montegaudio o de San Redentor, que en Alfambra tenía su casa principal, venerando allí un Lignum Crucis o astilla verdadera de la Cruz del señor, tenía como maestre al conde don Rodrigo de Sarria, primo de la reina de Aragón doña Sancha.

  En su juventud fue el conde don Rodrigo un disoluto, dado a los placeres y excesos, que tenía sus posesiones en Galicia y en León. Hasta que, arrepentido de su proceder , y con otros caballeros que igualmente se arrepentían, decidió dedicarse a la vida de privación, de sacrificio, de lucha contra el infiel, y de ayuda a los pobres peregrinos y necesitados. Fundó la Orden de Caballería de Santiago, que entraba en batalla con el grito famoso “¡Santiago y cierra España!”. Después fundó la Orden de Caballería de Montegaudio, con disciplina más rígida que la de Santiago.

   Cuando su prima la princesa doña Sancha vino a Zaragoza a casar con el rey de Aragón don Alfonso II, el conde don Rodrigo la acompañó (1174), y el rey de Aragón, conociendo el valor de estos caballeros, les concedió en Alfambra un territorio para que se aposentaran allí y lucharan contra los moros que amenazaban Teruel y las poblaciones fronterizas.

   A la muerte de don Rodrigo el nuevo comendador quiso unir esta Orden a la del Temple y lo consiguió en el año 1196.

La forma de gobernarse la villa, aun siendo del condado de Fuentes, era la misma que acostumbraban todas las villas de Aragón, es decir, por medio de un concejo, integrado por el justicia, que era anual, los jurados, mayordomos, síndicos y pregonero, que, a una orden de los primeros, convoca reunión de concejo " a son de campana tañida", reuniéndose en las casas consistoriales estos prohombres y todos "los hombres buenos de la villa" que intervienen en las cuestiones y debates y dan fuerza a todos los acuerdos.

Montes, leña, ganados suscitaron contínuos litígios con Rubiales y Castielfabib. El concejo de Tramacastiel (S.XVIII) cansado de los dispendios que estos pleitos causaban llegaron a acuerdos directos con sus vecinos forma más sencilla y práctica de resolver los conflictos.

   La ermita de Tramacastiel poseyó un magnífico retablo gótico, posíblemente procedente de la antigua iglesia de su castillo, que indudáblemente fué la primera iglesia y parroquia de la villa. Probáblemente el retablo fué donado por los condes de Fuentes, señores de la villa y castillo, pero esta obra de arte fué destruida en la guerra civil.

Caballeros de Loyola; Orden de Montegaudio.- España. Por los años 1220-1230, el rey Fernando incorporó esta orden a la de Calatrava. Su divisa era una cruz octógona de gules.

Orden regular hospitalaria religiosa y militar, que fue aprobada en 1180 por el papa Alejandro III con el nombre de Monte-Gaudio, otorgándole la regla de San Basilio. Se instituyó con motivo de que un grupo de caballeros cristianos que se dedicaban voluntariamente a la custodia del Monte-Gioia o Monte-Gaudio -un lugar de peregrinación- se hicieron célebres por los socorros que prestaban a los peregrinos y por sus acciones piadosas. Tras la ocupación de la Tierra Santa por parte de los musulmanes, los caballeros de la orden se retiraron a España, y se asentaron en los reinos de Castilla y de Valencia, donde el rey Alfonso IX les dio el castillo de Mont-franch y las posesiones de Trujillo. Los caballeros de Monte-Gaudio aceptaron esta donación y, en reconocimiento, defendieron al rey Alfonso en las luchas que hubo de mantener contra los ataques de los musulmanes.

 

Además, para conservar un recuerdo de las liberalidades que les había prodigado el rey, resolvieron cambiar el nombre de la orden por el de Mont-franch

Por los años 1220-1230, el rey Fernando incorporó esta orden a la de Calatrava. Su divisa era una cruz octógona de gules.

   EUROPA PRESS. 19.04.2010

    "La sede maestral de Monte Gaudio hermana a Torrejón el Rubio (Cáceres) con Alfambra (Teruel)

   Los municipios de Torrejón el Rubio (Cáceres) y Alfambra (Teruel) han firmado un protocolo de hermanamiento, al haber sido ambos sedes maestrales de la medieval Orden de Santa María de Monte Gaudio, fundada a mediados del siglo XII por el conde leonés don Rodrigo Álvarez, según informa el alcalde de la citada localidad cacereña, Luis Miguel Vacas Blanco.

   La citada orden de caballería adoptó su nombre del Monte Gaudio (Monte del Gozo o Mons Gaudi), situado en Tierra Santa y cuya cima fue donada a la Orden por el Rey de Jerusalén.

   El nombre del monte se debía a la alegría que sentían los peregrinos al ver cercano el objetivo final de su viaje cuando divisaban desde su cima la ciudad de Jerusalén y toda Palestina, según se hace constar en la exposición de motivos del protocolo.

    Según el protocolo, la orden fue objeto de numerosas donaciones, entre ellas la realizada por el rey Fernando II de León de la Encomienda Castillo de Monfragüe, situada en el término municipal de Torrejón, y la donación por el rey Alfonso II de Aragón de la Encomienda Villa de Alfambra, en el término municipal del mismo nombre.

    Ambas encomiendas fueron de gran importancia en la vida de la orden, que, en momentos diferentes, tuvo su sede maestral en ellas y siguiendo la costumbre de la época, adoptó sucesivamente los nombres de Monfranc o Monfragüe y Alfambra.

    En el momento actual, en ambos pueblos se rememora y festeja sus vínculos con la orden. Así, en Alfambra, todos los Sábados Santos se celebra la fiesta de la subida a la Encomienda y, en Torrejón el Rubio, dos día más tarde, los Lunes de Pascua, tiene lugar la romería de Nuestra Señora de Monteagudio, en la capilla del viejo castillo de Monfragüe, informó el Ayuntamiento de Torrejón el Rubio en nota de prensa.

    En nombre de los dos municipios, sus respectivos alcaldes. Amador Villamón Martínez, de Alfambra, y Luis Miguel Vacas Blanco, de Torrejón el Rubio, conscientes de los vínculos de "amistad y solidaridad" que existen entre ambos y convencidos de que la mutua colaboración redundará en beneficio de los vecinos de los dos pueblos, han decidido firmar el protocolo de hermanamiento, al objeto de "que sea un elemento dinamizador de la vida de los mismos".

    Los alcaldes de Torrejón el Rubio y Alfambra se han comprometido, según el protocolo firmado, a mantener relaciones de fraternal hermandad, a la organización de encuentros que redunden en la formación integral de ambos municipios; a posibilitar el intercambio de experiencias, iniciativas y soluciones a sus problemas comunes, a la alianza estratégica entre empresas de los dos pueblos y a la puesta en marcha de programas de inversión industrial.

    Finalmente, ambos ayuntamientos se comprometen a dedicar el nombre de una vía pública de las villas de Alfambra y Torrejón el Rubio al municipio hermanado."

ORDENES MILITARES.

Orden de Calatrava. (pp590).

Años más tarde el rey castellano donó a la Orden de Monteagudio y a don Rodrigo González, maestre de la misma en Monfrag, y a sus sucesores, diez yugadas de heredad en Magán (30 de junio de 1206).

La orden quedó en Castilla con el nombre de Monfrag. Pocos años después el rey confirmó a don Rodrigo González, maestre de Monfrag, y a Juan García, comendador de ésta, las diez yugadas y unas viñas en Magán, un molino en Alfarraz y otros bienes, a cambio de la villa de Segura ( 11 de Enero de 1210).

La orden iba mejorando paulatinamente con otras ayudas. En 31 de mayo de 1210 doña Sol de Talavera vendía a la Orden una heredad en Xévalo por 500 maravedís. todavía en 1218 Domingo Pérez se ofrecía a la Orden. 

Los de Monfrag no tenían muchas probabilidades de medrar. Las bulas de 1198 prácticamente nada resolvieron. El pleito con la poderosa Orden del Temple persistía. Siendo cisterciense, nada mejor que buscar el amparo de la creciente Orden de Calatrava. Por eso surgió la propuesta de unirse a ésta. En 1215 el maestre de Calatrava se presentó a Inocencio III cuando se celebraba el concilio general, suplicando autorización para que los freires de Santa María de Monteagudio satisfaciesen su deseo de unirse a la de Calatrava. El Papa accedió, pero el maestre del Temple se opuso a tal unión, por haberse incorporado antes con sus bienes a ella. En realidad, los Templarios poseían los bienes de los de Monteagudio, excepto unos pocos y el castillo de Fraga, que seguían en poder de algunos religiosos que no habían querido ingresar en el Temple; por eso pedía la anexión de estos bienes. El maestre calatravo replicó que los de Monteagudio no tenían aquellos bienes por ser de esta Orden. El Papa falló que el Temple poseyese cuanto había tenido la Orden de Monteagudio hasta la incorporación de 1196, y los no incorporados seguirían con los bienes adquiridos a partir de esa  fecha.

Al fin la Orden de Monfrag quedó unida a la de Calatrava por Fernando III en 23 de mayo de 1221

PENETRACION DE CASTILLA EN LEON.

Vistas de Soto Hermoso ( pp 703)

Probablemente intervinieron el prior de la Orden de San Juan y otros, a fin de mantener entre Castilla y León la paz acordada en 1183. No convenía la guerra al leonés, por la situación inicial de su reino, ni al castellano, por el peligro de que se aliase el nuevo monarca a Portugal y Aragón, cuyo rey lo deseaba.

Consta que los dos primos estuvieron distanciados en los primeros meses, pero en la primavera se movilizaron para entrevistarse, desplazándose el leonés a mayor distancia; en Zamora estaba el 4 de Mayo. El 19 del mismo mes ya se hallaba en Soto Hermoso, con su madre, confirmando a la Orden de Santiago las concesiones hechas por su padre .

Alfonso VIII tuvo que andar menos; el 6 de mayo estaba en Toledo y también acudió a Soto Hermoso, donde el mismo día 19 de mayo despachó un documento . Parece indudable que alli tuvieron una entrevista ambos monarcas.

Unos cronistas recogen una vaga referencia a los primeros momentos de Alfonso IX; hostilizado por castellanos y protugueses (16). Más concisa la Crónica latina de Castilla, sin referirse a hostilidades de Alfonso VIII, habla de un acuerdo anterior a la curia de Carrión, sin duda celebrado en las vistas de Soto Hermoso; según este testimonio, Alfonso IX temía al de Castilla, cuya fama estaba extendida; “fue tratado, pues, y provisto que se casase una de las hijas  del rey de Castilla con el rey de León”, a pesar del parentesco; “fue acordado, además , y firmado que el mismo rey de León fuese armado caballero por el rey de Castilla y en tal momento besase la mano de éste.

Esa fórmula aseguraba al rey leonés la amistad castellana y al mismo tiempo resolvía los posibles litigios por cuestión de castillos fronterizos, con lo cual podían quedar aislados y sin grave peligro los partidarios de la casa de Haro.

Después cada monarca salió de Soto Hermoso a su respectivo reino, en espera del plazo previsto para ejecutar lo acordado. Alfonso IX iba por Ciudad Rodrigo el 28 de mayo y  por Salamanca  el 1 de junio, hasta León, en que ya consta el 17 del mismo mes de junio. Alfonso VIII, por Toledo, en que se hallaba el 30 de mayo, se dirigió a Carrión, sin duda después de pregonar la próxima curia.

Soto Hermoso era una aldea emplazada donde después se llamó la Abadía, al norte de Plasencia, en 9 de junio de 1262 Alfonso X dió la aldea de Soto Hermoso al concejo de Granada.

Alfonso II decide incorporar la orden de Montegaudio a la del Santo Redentor, llamada también de Alfambra, por lo que la sede maestral pasa de Alfambra al Hospital del Santo Redentor de Teruel.

En 1196/97, el monarca aragonés, tras considerar la escasa efectividad de la Milicia decide incorporarla a la orden del Temple, pasando todos sus bienes de aquélla a ésta. El traspaso y donación de los bienes fue confirmado por el papa Celestino III.

Se conocen los nombres de varios comendadores fechados en 1196 en la concordia de incorporación de los bienes de la orden de Sta. María de Montegaudio y del Santo Redentor de Alfambra a la orden del Temple, en ella figuran:

Recientemente, un grupo de hombres y mujeres templarios han restablecido la antigua orden de Santa María de Monte Gaudio, de San Redentor de Alfambra y del Temple de Jerusalén bajo el nombre de la Soberana Orden de Montegaudio y del Temple de Jerusalén.

Se trata de una orden de caballería fundada por el Conde leonés Don Rodrigo Álvarez y otros caballeros el 9 de julio de 1172 para ayudar y proteger a los peregrinos a Santiago de Compostela y a Tierra Santa así como en defensa del cristianismo, siendo aprobada por el Papa Alejandro III entre esa fecha y el 24 de diciembre de 1173 aplicándole la regla de la orden cisterciense.

El emblema de la orden era la Cruz Templaria en blanco y rojo como aparece en la imagen superior.

La sede de la orden se encontraba en la cima de Monte-Gaudio o Mont Joie, una colina de 895 metros de altura sobre el nivel del mar, desde la que los peregrinos tenían la primera visión de Jerusalén y de toda Palestina, de ahí su nombre (Mont Joie o Monte de Alegría en francés y Mons gaudii en latín). En ella los montegaudianos levantaron su casa central y una iglesia dedicada a Santa María.

El 2 de octubre de 1187 Saladino conquistó Jerusalén y los miembros de la Orden tuvieron que abandonar su sede y establecerse en diferentes lugares de Castilla y Aragón.

En octubre de 1188 Alfonso II, rey de Aragón, al ver el declive de la Orden añadió dos nuevos fines a los que ya tenían: la atención hospitalaria y la redención de los cristianos que caían en manos de los moros, cambiando el nombre de la rama aragonesa de la Orden por el de San Redentor y trasladó su sede de Alfambra al Hospital de San Redentor fundado en 1178 en la ciudad de Teruel.

El mismo año de 1188 hubo un cisma en la Orden por la jefatura de la misma, aunque parece que este hecho no llevó a la separación de las ramas de Castilla y León, por un lado, y de la Corona de Aragón, por la otra.

En marzo de 1195, el Papa Celestino III emitió una bula concediendo a los templarios el Hospital y la casa de San Redentor bula que no fue bien acogida por los caballeros de Montegaudio que se oponían a una fusión con los templarios y que en consecuencia la impugnaron.

Con el objeto de poner coto a la grave falta de disciplina en la Orden (probablemente debido a las diferentes nacionalidades de de los caballeros) y al mismo tiempo congraciarse con el Papa y, sobre todo, para defender la frontera de Aragón que se encontraba en grave peligro, el Rey Alfonso II decidió en 1196 la disolución de la Orden y la transferencia de las posesiones y personas de la misma a la Orden del Templo de Jersusalén.

Cuando en Aragón se produjo la fusión de la Orden con los templarios, los opositores de la misma tuvieron que abandonar las tierras de Alfonso II de Aragón, un firme defensor del Temple, refugiándose en la Encomienda de la orden en Monfragüe en Castilla (hoy Extremadura), a la que hicieron su centro de operaciones y cambiando su nombre por el de Orden de Monfragüe

En 1221 Fernando III de Castilla decretó la absorción de la Orden de Monfragüe por la de Calatrava.

A pesar de su corta vida, esta Orden tiene el honor de ser la primera orden española de caballería que se estableció de manera permanente en Tierra Santa.

Desde su regreso de Jerusalén la orden fue también conocida como Orden de Trufac.

Los principales objetivos de la re-establecida SOMTJ son la defensa de la cristiandad la libertad religiosa y la promoción, difusión, práctica y restauración de los principios y valores templarios: el honor, el sacrificio, la defensa del débil y la ayuda al necesitado y menesteroso.

Somos una Orden cristiana y no masónica de Caballeros Templarios. Reconocemos todas las órdenes legítimas de Caballeros Templarios y estamos dispuestos a aliarnos con otras Ordenes Templarias que defiendan los mismos valores que nosotros.

La Orden está abierta a todos los cristianos del mundo que expresamente rechacen las ideas y prácticas exotéricas, ocultistas, demoniacas y masónicas.

La Orden se encuentra legalmente establecida en España e inscrita en el Registro Nacional de Asociaciones con el nº 593205.

LAS ORDENES MILITARES

Por Rafael Abel Díaz Balaguer

ORDEN MILITAR DE MONTEGAUDIO

Las tres órdenes militares Calatrava, Santiago y Alcántara, aún siendo las tres principales órdenes hispánicas, no fueron las únicas que se fundaron en los siglos XII y XIII en la península Ibérica; existieron otras órdenes militares que carecieron de la importancia y difusión de las anteriores o que sólo perduraron durante un espacio de tiempo más corto que las tres grandes órdenes castellanas.

La más antigua de estas órdenes, que en algún modo podríamos calificar de menores, es la orden que fue recibiendo sucesivamente los nombres de Alfambra, Montegaudio y Monfragüe y que tuvo una vida tan azarosa como inquiera había sido la de su fundador, el conde gallego Rodrigo Álvarez.

Don Rodrigo Álvarez, tercer conde de Sarriá, hijo de Don Alvaro Rodrigo, segundo conde del mismo título, y de la infanta Doña Sancha, hermana de Alfonso VII, el 9 de Julio de 1172 renunció ante el cardenal Jacinto al hábito de Santiago, de cuya Orden fue fundador y comendador mayor. Obtuvo licencia del legado pontificio para pasar a la nueva Orden de Montegaudio, que se había de regir con la regla del Cister, más estrecha que la de San Agustín, por la que se regía la Orden de Santiago, que acaba de dejar.

Una vez autorizado por el legado pontificio, pasará a otro lugar, probablemente Abrantes (Portugal), una vez allí tomó sin consentimiento del Capítulo de la Orden de Santiago, la cruz mitad roja y mitad blanca.

El 24 de Diciembre de 1173 el Papa Alejandro III aprueba la orden, prohibiéndole únicamente recibir en su nueva orden profeso alguno de Santiago y aceptar Castillo que pudiera dar lugar a conflictos con los Santiaguistas.

Estas limitaciones motivaron el traslado del conde Don Rodrigo y sus frailes a Aragón, donde no se habían extendido los santiaguistas; el rey Alfonso II de Aragón le donó para sede de la orden en 1174 el castillo de Alfambra, recién conquistado a los musulmanes, así como otras villas en la comarca, por lo que comenzó a ser designada como Orden de Alfambra

Poco después Don Rodrigo marchó a Tierra Santa donde adquirió el Monasterio de Montegaudio.


Montegaudio, nombre titular de la nueva Orden, es un monte situado en la parte oriental del Mediterráneo, a 895 metros sobre el nivel del mar. Según algunos historiadores, allí administraría justicia el profeta Samuel. Los peregrinos que viajaban a este monte veían por primera vez, de un golpe de vista, desde su cumbre, toda Palestina, con Jerusalén a sus pies. El principal fin de esta Orden del Montegaudio era proteger a dichos peregrinos, así como acudir a los sitios en donde fuera solicitada su ayuda en defensa de la cristiandad. En el Montegaudio situó su casa principal el fundador Don Rodrigo, haciéndola dependiente de la casa central del Cister

Entre octubre de 1176 y Junio de 1177 Reinardo de Chantillón dio tierras a la Orden, donación confirmada por Balduino IV de Jerusalén con la condición de que Rodrigo y sus seguidores lucharan en el Este contra los infieles. En 1177 Sibila, hermana de Balduino IV y condesa de Ascalón y Jaffa, donó además a su fundador, el conde Don Rodrigo Álvarez, torres, tierra y renta en Ascalón, y en 1178 recibió otras donaciones del Santo Sepulcro

De nuevo Alejandro III, el 23 de Noviembre de 1180, aprobaba la orden, ahora con el nombre de Santa María de Montegaudio de Jerusalén, poniéndola bajo su única dependencia

Don Rodrigo intentó hacer reconocer la orden a nivel internacional aunque no consiguió llamar demasiado la atención de hermanos extranjeros, permaneciendo en Ultramar como orden exclusivamente española. Se sabe con certeza que un pequeño destacamento representó a la orden en la batalla de Hattin en 1187. Tras la derrota y posterior desastre, los supervivientes de la orden se retiraron a Aragón, aunque un puñado de hermanos se quedó en Tierra Santa y se unió a los Templarios

En 1186 estalló una crisis en la orden mientras Don Rodrigo se encontraba en Montegaudio; el comendador de Alfambra, que, como máxima autoridad en la Península, gobernaba las casas y los bienes de la orden en Aragón, ofreció todas las fortalezas y heredades bajo su jurisdicción a la Orden del Temple; el maestre provincial templario aceptó la donación bajo la condición de que fuese aprobada por el rey de Aragón y por el gran maestre del Temple. Parece que el rey Alfonso II no dio su conformidad por el momento y la incorporación de las posesiones de la Orden de Montegaudio en Aragón al Temple quedó en suspenso

En 1187 caía Jerusalén y con ella la casa convento de Montegaudio en poder de los musulmanes, falleciendo al mismo tiempo el conde Rodrigo; perdida la sede central y su fundador, el rey de Aragón erigió en 1188, en Teruel, el hospital del Santo Redentor, para ejercer la caridad y la redención de cautivos y a este hospital incorporó la Orden de Montegaudio con la anuencia de los dos comendadores, el de Castilla y el de Alfambra, donándole poco después alguna otra fortaleza

La nueva orden, que había recibido el nombre de Orden del Santo Redentor, nació con un problema básico; parte de sus miembros la concebían como orden redentora de cautivos, mientras para otros prevalecía el carácter militar con que había nacido en Abrantes y Alfambra. Además existía el problema político, pues los miembros castellanos no admitían fácilmente la dependencia y subordinación al hospital de Teruel; quizá por esta resistencia nunca obtuvo esta última fusión y cambio de objetivo la aprobación pontificia.

Ante estas dificultades que parecían irresolubles; Alfonso II, cambiando de idea, prefirió el año 1196 robustecer a la Orden del Temple incorporando a la misma todos los castillos y bienes de la Orden de Montegaudio, en Aragón: así el Temple se hizo con las fortalezas de Alfambra, Villel, Libros y Villarluengo; el papa Celestino III confirmaba ese mismo año a la Orden del Temple todas estas fortalezas, es decir, todo cuanto la Orden de Montegaudio poseía en Aragón y Cataluña.

Pero los frailes castellanos o leoneses no admitieron estas decisiones del maestre de Montegaudio y del rey de Aragón y enviaron una embajada al Papa razonando su oposición; mientras la embajada viajaba a Roma, los templarios leoneses ocuparon las casas y heredades de la Orden de Montegaudio en el reino de León.

Quedaban sólo resistiendo a la incorporación al Temple los frailes castellanos de Montegaudio bajo la dirección de su comendador Don Rodrigo González; estos habían establecido la casa madre de la rama castellana en la fortaleza de Monfragüe, junto a las aguas del Tajo, en su ribera izquierda, en el término de Torrejón el Rubio. Los restos de la Orden de Montegaudio que quedaron en Castilla tomaron el nombre de Orden de Monfragüe y aunque contaron con la protección del rey castellano Alfonso VIII, que les hizo una serie de importantes donaciones, apenas lograban mantener su independencia frente a la poderosa Orden del Temple.

Para escapar a la presión del Temple, los frailes de Montegaudio, como cistercienses que eran, buscaron acogerse a la sombra de sus hermanos los cistercienses de Calatrava, no menos poderosos en España que el Temple. En 1215 el maestre de Calatrava solicitaba del Papa Inocencio III que aprobaran la incorporación o absorción de Montegaudio por Calatrava. El Papa atribuyó al Temple todo lo incorporado hasta 1196, pero ordenó que los no incorporados siguieran con los bienes que habían quedado fuera de esa unión.

Así siguió sobreviviendo precariamente la Orden de Monfragüe unos años más, hasta que el 23 de Mayo de 1221 Fernando III ordenó su unión con la Orden de Calatrava.

Pero del mismo modo que en 1196 había habido caballeros que se habían negado a unirse al Temple, ahora los había que rechazaban su integración a Calatrava, por lo que ciertos frailes rebeldes se encasillaron en las fortalezas toledanas de El Carpio, Montalbán y Ronda, en la línea del Tajo, aunque ante la presión que sufrieron por parte de los calatravos les llevó a entregar estas plazas a los templarios, dando origen así a la encomienda templaria de Montalbán. La orden de Montegaudio tuvo numerosas posesiones en Palestina, Castilla, León, Galicia, Portugal y Cataluña. Pero donde se expandió con más rapidez fue en la Corona de Aragón, en poco menos de 23 años, desde la aprobación de la orden en 1173, hasta su unión con la orden del Temple en 1196, ésta milicia adquirió una serie de fortalezas, encomiendas y lugares en la zona del Maestrazgo turolense, donadas todas ellas por Alfonso II.

Hay que recordar el gran número de denominaciones que tuvo la orden durante su breve existencia aparte de sus ya nombradas fusiones con otras instituciones.

Literalmente traducida en latín como Santa María de Monte del Gozo o de la Alegría, fue conocida como: Montegaudio o Montegaudí en Aragón; Montjoy o Montjoie en Cataluña y Valencia y Monfragüe, Montegrago o Monsfrag en Castilla.

El hábito de la orden era blanco y su insignia, que en principio ya hemos dicho era la cruz roja y blanca por mitades, fue sustituida luego por la cruz octogonal encarnada muy parecida a la de los templarios.

Cabe decir que en su corta existencia, la orden paso de ser filial de la de Santiago, a asentarse sólidamente en el Reino de Aragón, brillando con luz propia en la conquista de grandes territorios al sur de la corona.


La Ermita de Nuestra Señora de Montegaudio en Monfragüe

Llegando a la cima donde se encuentran los restos del Castillo de Monfragüe, adosada a los muros de la torre del homenaje se encuentra la ermita de Nuestra Señora de Montegaudio, allí en su interior se encuentra la imagen de la virgen de Monte Gaudio o comúnmente conocida como la Virgen de Monfragüe, cuenta la leyenda que unos caballeros de la orden de Montegaudio que volvían de las cruzadas en Palestina trajeron consigo esta imagen de virgen bizantina tallada en madera negra y desde entonces permanece en la atalaya de Monfragüe.

La ermita actual está construida sobre los restos de una más antigua del siglo XIII levantada por los caballeros de la Orden de Santiago, actualmente permanece cerrada, solo se abre cuando las localidades cercanas realizan una romería para venerar a la virgen de Monfragüe.

Los caballeros de la orden de Montegaudio pasaron a denominarse la orden de Monfrag, debido a que se asentaron en el castillo, de ahí que la virgen comúnmente reciba el nombre de la Virgen de Monfragüe.

La ermita de Montegaudio posee un pequeño porche con 3 escudos en la parte superior de la entrada, el del centro corresponde a la orden de Santiago, a la cual perteneció hasta que paso a manos de la orden de los caballeros de Montegaudio, el interior está cubierto con madera a dos aguas y dispone de una nave divida por 2 columnas, allí en el centro del altar se encuentra la imagen de la Virgen de Monfragüe.

Sin duda, esta ermita se sitúa en un lugar privilegiado por las vistas que hay desde allí, mires donde mires, se contempla casi la totalidad del Parque Nacional de Monfragüe, las colas del embalse de Alcántara y con frecuencia se ven buitres sobrevolar la zona.


Presencia en Fraga de la orden de Montegaudio (1)

Esta orden es muy poco conocida, y aún menor su vinculación con la ciudad aragonesa de Fraga. Intentaremos en estas breves páginas dejar constancia de su origen, presencia y desaparición.

Llegan los templarios a Cataluña y a Aragón

Sus orígenes hay que ligarlos a la presencia de la poderosa orden de los templarios, que ya estaba establecida en Cataluña, desde 1131 en el lugar de Granyena y en 1132 en Barberá. El testamento del rey aragonés Alfonso I les hacía herederos de todo el reino. Ante la imposibilidad del cumplimiento de estas últimas voluntadas del monarca, recibieron donaciones y castillos en un acuerdo firmado con el conde Ramón Berenguer IV, príncipe de Aragón, en el año 1143. Entre dichas donaciones se hallaban los castillos de Monzón, Chalamera, el feudo de Lope Sánchez de Belchite, Remolins y Corbins, esta última cuando se conquistase, pues se hallaba en manos de los musulmanes. Aunque el Temple fue una orden inicialmente creada para la defensa de los Santos lugares de Jerusalén, la vemos asentarse en Aragón y Cataluña entre 1131 y 1143, para la defensa de las fronteras con el islam. Eso justifica el porqué la hallamos en la conquista de Tortosa, Fraga, Lleida, Mequinenza o Miravet. Difícilmente podía estar presente en la conquista de Fraga la orden de Montegaudio, porque no fue fundada hasta más de dos décadas después de la toma de Fraga; sin embargo, bien pudo estar a título personal el conde don Rodrigo Álvarez, sin poderlo confirmar. La orden templaria recibió el quinto de los bienes conquistados. Lo mismo en las conquistas de 1153 en el Bajo Segre (Alpicat, Gardeny, Gebut, Algorfá, Serós, Torres de Segre, Barbens, Corbins…) o en la Ribera del Ebro (Algás, Batea, Corbera, Gandesa, Pinell, Rasquera, Flix, Ascó, García, Mora, Tivisa, Matarranya…). Sus extensas posesiones la hicieron muy poderosa.

Con el reinado de Alfonso II de Aragón, hijo del conde catalán Ramón Berenguer IV y de doña Petronila de Aragón, prefirió entregarles dinero o nuevas fuentes de ingresos, como la concesión del molino en términos de Fraga, pero no nuevos territorios, pues recelaba de su poder; si bien en la campaña militar por tierras de Valencia les prometió las plazas de Oropesa, Chivert o Montornés. Sin embargo, sólo recibieron los lugares de Horta, en Cataluña, y Encinacorba, en Aragón. En este intervalo, temiendo el excesivo enriquecimiento de los nobles templarios, el citado rey Alfonso potenció la orden de Montegaudio fundada en 1173.


El conde Rodrigo Álvarez o Goçálvez, fundador de Montegaudio

Don Rodrigo Álvarez o Goçálvez, tercer conde de Sarriá, hijo de don Álvaro Rodríguez, segundo conde del mismo título, y de la infanta Doña Sancha, hermana de Alfonso VII de Castilla, ayudó al monarca aragonés Alfonso II en sus campañas, el cual le favoreció con numerosas donaciones como: Camañas, Malvecino, Miravete, Perales, Celadas, Escorihuela, Villel, Libros, Fuentes Calientes, Castellote, Villarluengo y Cantavieja. Trasladándose a Jerusalén adquirió el convento e iglesia de Monte Gaudio lugar desde el cual los peregrinos podían contemplar Jerusalén. El 9 de julio de 1172 renunció ante el cardenal Jacinto al hábito de Santiago, y obtuvo licencia del legado pontificio para fundar la nueva orden que llamó de Monte Gaudio (de Monts Gaudii o Monte del Gozo). La nueva orden fundada en Jerusalén se había de regir con la regla del Císter. Fue aprobada por el papa Alejandro III el 24 de diciembre de 1173, y el citado monarca continuó favoreciéndolo con otras donaciones, como la de Alfambra en Teruel en 1174 y, al año, siguiente Fuentes de Alfambra; confirmadas todas sus donaciones por el mismo papa el 23 de noviembre de 1180. Algunas donaciones son posteriores a esta última fecha: por ejemplo, en 1182 la orden recibía Orrios. Siempre con la condición de no litigar y tomar castillos de los santiaguistas, ni admitir caballeros procedentes de la orden de Santiago o San Jaime.


Primera incorporación al temple en 1186

En 1186 la orden de Montegaudio fue integrada a la del temple por frei Fralmo de Lucca, maestre de la orden, sin conocimiento del fundador, que se hallaba en Jerusalén. Creyendo el conde Rodrigo Álvarez o Goçálvez que su maestre se había extralimitado, anuló la donación dos años después. Pero las cosas se iban a complicar con la caída de Jerusalén en 1187 y la posterior muerte del fundador, perdiéndose la primera fundación de la orden en el Próximo Oriente. En España existían casas hospitales de la orden de Montegaudio en Castilla-León y en Aragón. La mayor fuerza de las posesiones aragonesas determinó que la casa madre se estableciera en el lugar de Alfambra en Teruel, cuyo hospital estaba dedicado al Santo Redentor, donación de 1187. En octubre de 1188, Alfonso II, rey de Aragón, al ver el declive de la orden añadió dos nuevos fines a los que ya tenían: la atención hospitalaria y la redención de los cristianos que caían en manos de los moros. La rama aragonesa de la orden cambió el nombre de Montegaudio por el de Santo Redentor de Alfambra, trasladando su sede al hospital allí establecido. Fue su primer preceptor fr. Arnal de Artesa.


La Orden recibe donaciones en Fraga en 1189

En mayo de 1189, el citado monarca Alfonso, deseando compensar las pérdidas de Jerusalén y gratificar los servicios del conde Rodrigo, concede posesiones y derechos en Fraga a la orden de Montegaudio o Montgay y a su fundador, que fallecería ese mismo año. Entre las posesiones en Fraga: la vía de acceso a la villa, la explotación del puente y, posiblemente, la finca o alquería del fallecido Pedro Maza, situada en la margen derecha del Cinca; pertenencias que más tarde pasarán a la orden templaria. En la fecha de la donación era señor de Fraga el noble Arnal de Eril. Firmaron como testigos de la misma, entre otros, el obispo de Lleida Berenguer, Ramón de Montcada, Ot de Isla, y los sarracenos Moferix de Abahadida, Jafia Lalamuy y Jafia Lebrel. El puente de Fraga debían construirlo en piedra, percibiendo todos los derechos del honor del mismo y sus accesos, y la explotación del Sotet. También derechos de la iglesia, con excepción de los pertenecientes al obispo de Lleida.


Separación de las dos provincias Montegaudias

En esos momentos ya usaban sobre sus vestidos la cruz templaria, mitad blanca mitad roja. El maestre de Castilla se sintió muy molesto por la creación de la casa madre en Aragón, por cuyo motivo se produjo la primera desavenencia entre ambos maestres. Los montegaudios castellanos eran partidarios de la vinculación a los santiaguistas. Por todo ello, al referirse a la orden de Montegaudio en Aragón, sobre la cual no tenían ninguna influencia los santiaguistas, comenzó a denominarse como la orden de Alfambra o del santo Redentor de Alfambra. En Cataluña y Valencia se la conocía como la orden de Montjoi o Montgay, y no de Alfambra. Al comprobar que en 1189 el hospital de Alfambra se había convertido en la casa principal, los castellanos establecieron su casa madre en Monsfrag, junto al Tajo, separándose de los de Aragón y de los santiaguistas, que no supieron mantener la disciplina de unión en la orden. Lo cierto es que Alfambra y Monsfrag no se fusionaron nunca a pesar de su origen común. Todo ello ocurría el año que percibieron derechos sobre Fraga, que entonces era de Lleida, como señala Anna Mur en su obra La encomienda de San Marcos (1200-1556), publicada por el Instituto de Estudios Turolenses (1988). Las dos cruces de las órdenes militares hermanadas en Fraga -templaria y montegaudia- se cruzaron nuevamente, al ampliar los primeros sus posesiones con las donaciones que pertenecieron a los condes de Pallars; donación que corresponde al año 1190.


Incorporación de Alfambra a la Orden del Temple en 1196

Para evitar enfrentamientos con los santiaguistas de Castilla, el rey Alfonso II de Aragón propuso nuevamente la incorporación definitiva de la orden de Alfambra a los templarios. La fusión fue concedida por el citado monarca en abril de 1196. Parece que fue de nuevo el maestre Fralmo de Lucca el responsable de la cesión, de la que era partidario. Al temple pasaron Alfambra, Orrios, Villel, la Peña del Cid, Libros, Castellote, Malvecino, Escoriezuela, Fuentes, Perales, Villalpando, Villarrubio, Estabás, Cañamas, Alcastrel, Celadas, Villarplano, Miravete, Villagarcía, Villarluengo, y la Casa de Huesca.


Los Montegaudios castellanos se separan de los de Aragón

Los problemas se acrecentaron con la incorporación de la Orden de Alfambra a la de los Templarios. Porque el rey de Castilla hacía lo propio al año siguiente, concediendo a los montegaudios castellanos la creación de la Orden de Monsfrag por la ocupación de este castillo, vinculado a la Orden de Calatrava, también regida en las normas del císter. Los templarios reclamaron las posesiones castellanas y los calatravos reclamaron las aragonesas. Según afirmaba Salarrullana, la Orden de Montegaudio en Fraga poseía el castillo de la villa, sin que podamos dar certeza de la fecha de la concesión de dicho castillo. La torre o almunia de la margen derecha del Cinca pasó a conocerse como “Torre dels Fraris”. Su propiedades sitas en el Secano de Fraga fueron motivo de una concordia con el obispo de Lleida en junio de 1199 por la cual el diezmo pertenecía al temple a menos que aquellas tierras se convirtieran en tierras de regadío, en cuyo caso debían pagar la mitad del diezmo a la iglesia de San Pedro. El hábito de la orden era blanco y capa negra; su insignia, que en principio era la cruz roja y blanca por mitades, fue sustituida por la cruz de los templarios.

Reticencias de los Montegaudios de Fraga

En 1206, el rey Pedro II de Aragón -que había de elegir sepultara en el monasterio oscense de Sijena- había favorecido a la casa hospital de Alfambra liberándoles de tributos, inclusive del diezmo correspondiente a los diocesanos para todos los frailes de dicha Orden desde el Cinca hasta Ariza. Algunos freires que no habían querido pasar a la orden del Temple, como ocurrió con la comunidad de Fraga, se les respetó su decisión, aprobada por bula del papa Alejandro III. Preferían integrarse a la Orden Calatrava de Castilla. Pero el maestre del temple se opuso, con la consiguiente protesta del maestre de Calatrava. Una sentencia papal del 17 de junio de 1206 permitió que la mayoría de los bienes de la orden de Montegaudio de Fraga pasaran a los templarios, que era la orden elegida por la mayoría de los freires de Fraga, pero se les permitió a los disidentes retener el castillo y algunas otras heredades: “…que axí castels com cases, possessions e altres coses, que en aquells temps que (h)erederen a vostra Casa, aquels frares havien, vostra Casa d’aquí avant poseesca, si alcuna cosa los dits frares de Santa Maria de Montgay tenen de les possessions damunt dites”. Esta situación de dualidad de una misma Orden primitiva, que se dio en Fraga de 1196 a 1206, tenía los días contados.

Incorporación de Alfambra y Monsfrag a la orden de Calatrava en 1221

Para escapar a la presión del Temple, los frailes de Montegaudio castellanos, la Orden de Monsfrag, como cistercienses que eran también, buscaron acogerse a la sombra de sus hermanos los cistercienses de Calatrava, no menos poderosos en España que el Temple. Tendencia que algunos de los de Fraga ya habían manifestado en 1206. En 1215 el maestre de Calatrava solicitaba del Papa Inocencio III que aprobaran la incorporación o absorción de toda la antigua Montegaudio por la Orden de Calatrava. El Papa sentenció atribuyendo al Temple todo lo incorporado hasta 1196, pero ordenó que los no incorporados al Temple siguieran con los bienes que habían quedado fuera de esa unión.

La disputa entre templarios y calatravos quedó zanjada en 1221 a favor de éstos últimos. El comendador de Aragón en la fecha, fr. Esteban de Bellmunt, se hacía llamar “Comendador del Temple de Villel y Sant Redentor”. A dicha fusión se opuso el papa Inocencio III que promulgó una bula por la que se permitía la integración de la orden de Alfambra, cuya decisión quedó a la libre voluntad de cada monje-caballero. Fórmula que ya se había ensayado en Fraga. También entre los caballeros castellanos los hubo que se negaban a unirse a los de Calatrava, -siempre hay disidentes en todos los lados. Esto obligó a que algunos frailes rebeldes se encastillaran en las fortalezas toledanas de El Carpio, Montalbán y Ronda, en la línea del Tajo, entregando estas plazas a los templarios. Posesiones que fueron el origen de la encomienda templaria de Montalbán.

Una casa templaria como lo fue la Almunia de Fraga pudo disponer de tres o cuatro frailes caballeros, una veintena de sirvientes o sargentos, y más de cincuenta obreros o trabajadores vinculados a la Casa. Además la iglesia de cada torre o Almunia debía disponer de un capellán. Esta situación perduró hasta 1294, año que los templarios fueron obligados a ofrecer sus propiedades de Fraga al noble Guillem de Montcada. De nuevo se mostraron reticentes a dejar al Almunia, los derechos del puente, los diezmos del Secano, el castillo, que acabaron permutando con dicho Montcada el 7 de octubre de 1304, por el corral de Las Aguas, el campo de Campredón cercano a Mont·Ral y otras heredades a cambio de los lugares de Gebut y Utxesa, que pasaron a ser propiedad del noble señor de Fraga.

 

    Diccionario Histórico de las Ordenes de D. Bruno Rigalt Nicolas; Barcelona 1858

    "Muchos caballeros cristianos que se dedicaban voluntariamente á la custodia del Monte-Gioia ó Monte-Gaudio, que era un sitio de peregrinacion; se hicieron célebres por los socorros que prestaban á los peregrinos; y por sus bellas acciones. En 1180 se constituyeron en Orden regular, hospitalaria, religiosa y militar, que fué aprobada, bajo el nombre de Monte-Gaudio, por el papa Alejandro III, que le dió la regla de San Basilio.

    Cuando la ocupacion de la Tierra Santa por los infieles, los caballeros de la órden se retiraron á España, en los reinos de Castilla y de Valencia, donde el rey Alfonso IX les dió el castillo de Mont-franch y las posesiones de Trujillo. Los caballeros de Mónte-Gaúdio aceptaron esta donacion, y en reconocimiento defendieron bizarrámente al rey D. Alfonso en las varias luchas que hubo de sostener contra los moros que asolaban á España. .

    Además, para conservar un recuerdo de las liberalidades que les habia prodigado el rey, resolvieron cambiar el nombre de la órden con el de Mont-franch.

    Por los años de 1221, el rey D. Fernando incorporó esta órden á la de Calatrava. Su divisa era una cruz octógona de güles.