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ORDEN DE MONTE GAUDIO - ORDEN DE TRUFAC - ALFAMBRA-SANTO
REDENTOR
ORDEN MILITAR DE MONFRAGÜE
BIBLIOGRAFÍA: Historia de las Ordenes de Caballería de Iñigo y
Miera y S. Costanzo publicado en Madrid año 1863 "Orden
Militar de Montegaudio en Palestina y de Monfrac o Mongoya en España.
El generoso ardor La Orden de Montjoie u Orden de Monte Gaudio u Orden de Trufac es una orden militar del Reino de Castilla para guerrear durante las cruzadas siendo
militarizada en 1173, uniéndose a la Orden de Calatrava en 1221. La orden fue fundada por Rodrigo Álvarez de Sarria, caballero de Santiago en
Tierra Santa, el 7 de julio de 1172, siendo aprobada por el Papa Alejandro III entre esa fecha y el 24 de diciembre de 1173. Rodrigo había creado
la orden en el Reino de Castilla y en el Reino de Aragón antes de fundarla en el Reino de Jerusalén en la torre de Ascalón. El cuartel general de la orden estaba situado en el
Monte Gaudio, la colina en donde la cruzada tuvo la primera visión de Jerusalén; de ahí su nombre («mons gaudii» en latín).
Don Rodrigo Alvarez, tercer conde de Sarria, hijo de don Alvaro Rodríguez, segundo conde del mismo título, y de la infanta Doña Sancha, hermana de Alfonso VII,
el 9 de Julio de 1172 renunció ante el cardenal Jacinto al hábito de Santiago, de cuya Orden fue fundador y comendador mayor. Obtuvo licencia del legado pontificio para pasar a
la nueva Orden de Monte Gaudio, que se había de regir con la regla del Cister, más estrecha que la de San Agustín, por la que se regía la Orden de Santiago, que
acababa de dejar. Dicha nueva Orden fue aprobada por el Papa Alejandro III el 24 de Diciembre de 1173, quien dio para su régimen espiritual la regla del Císter.
El conde Don Rodrigo, que se considera el fundador de esta Orden, vivió en su juventud una vida disipada. Las reglas de la orden fueron adaptadas a las reglas cistercienses, siendo
una orden cien por cien española. El emblema de la orden es una cruz roja y blanca. Una de las batallas más importantes en las
que participaron caballeros de la orden fue la batalla de los Cuernos de Hattin en 1187, pero ninguno de los caballeros de la orden sobrevivió a esta batalla.
El resto de la orden permaneció en Aragón hasta que en 1221 Fernando de Aragón la integró en la Orden de Calatrava. El 25 de enero de 1233 la ciudad de Trujillo se rindió frente a un ejército compuesto por Órdenes
militares y del obispo de Plasencia. Ese mismo mes se inició el sitio a Úbeda Monte Gaudio, nombre titular de la nueva
Orden, es un monte situado en la parte oriental del Medirerráneo, a 895 metros sobre el nivel del mar. Según algunos historiadores, allí administraría
justicia el profeta Samuel. Los peregrinos que viajaban a Tierra Santa en la Edad Media procedentes de Europa, habiendo pasado Siria, al llegar a este
monte veían por primera vez, de un golpe de vista, desde sus cumbre, toda Palestina, con Jerusalén a sus pies. El principal fin de esta Orden del Monte
Gaudio era proteger a dichos peregrinos, así como acudir a los sitios en donde fuera solicitada su ayuda en defensa de la cristiandad. En el Monte Gaudio situó
su casa principal el fundador don Rodrigo, haciéndola dependiente de la casa central del Císter. En Jerusalén tuvo su sede maestral en la
Iglesia Fortaleza del Monte Gaudio, habiéndosela donado, entre otras tierras
y posesiones, la defensa de la Torre de
la Puncelles en la ciudad de Ascalón.
Entre sus benefactores en Outremer
esato tuvieron el mismo rey Balduino IV,
Reinaldo de Châtillon y Guillermo de
Monferrato. Dentro de la
expansión territorial protagonizada por Occidente en la Plena Edad Media las
Cruzadas se presentan como el sistema empleado para la guerra más característico
de este período. En ellas el papado adquiere especial protagonismo, en un
momento en que se había fortalecido notablemente tras el problema de la Querella
de las Investiduras.
Pero lo que sí podemos hacer es poner en
relación la idea de Reconquista hispana
y la de Cruzada. Como han demostrado
numerosos investigadores, las Cruzadas
además de ser una forma específica de
peregrinación armada, fueron un
instrumento militar puesto al servicio
de determinadas ideas y necesidades.
Esto se puso especialmente de manifiesto
en el siglo XIII, cuando las Cruzadas no
sólo se convocan para ir a Tierra Santa
y luchar contra los musulmanes, sino
también para combatir determinadas
herejías (caso de la cruzada Albigense)
o problemas políticos (caso de la
dirigida a Constantinopla).
Así pues, mientras que en el siglo XII
la Cruzada fue un arma usada
exclusivamente contra los infieles, en
el siglo XIII las Cruzadas fueron
empleadas también contra cristianos.
En el caso Hispano, y según no has
transmitido la cronística desde las
épocas más tempranas, la Reconquista fue
ante todo una guerra antiislámica, y en este sentido una manifestación más de la
Cruzada. Por ello la experiencia hispana
pudo servir de estímulo para la puesta
en marcha de la Cruzada a Tierra Santa. Sin embargo, en el avance militar de los
Reinos Cristianos peninsulares no
siempre estuvo presente la idea
religiosa, ni tampoco podemos considerar
que todas las batallas fueran verdaderas
cruzadas, dado que no contaron siempre
con la autorización papal y la concesión
de indulgencias.
Pero esto no significa que aunque no
hubiera una predicación expresa de la
Cruzada, el papado y las autoridades
europeas dejaran de considerar la
Reconquista como una guerra religiosa.
De hecho, podemos considerar que la
justificación del papado y de los
propios monarcas cristianos para la no
participación hispánica en las Cruzadas
de Ultramar son una clara muestra de
esta realidad.
Al igual que podemos ver ciertas
influencias de la Reconquista hispana en
el origen de las Cruzadas a Tierra
Santa, a partir del siglo XII estas
últimas influyeron notablemente en las
actividades militares peninsulares. En
efecto, el principal exponente de esta
realidad fue la predicación en numerosas
ocasiones de la cruzada,
cuya consecuencia más inmediata fue la
llegada de expediciones procedentes de
toda Europa, convirtiéndose de este modo
la Reconquista en el objetivo de toda la
cristiandad.
Otra muestra de la equiparación del
problema hispánico con el de Tierra
Santa es la implantación de las Órdenes
Militares. Surgidas en el reino de
Jerusalén para defender los Santos
Lugares, y proteger a los peregrinos,
estaban sometidas directamente a la
autoridad papal. A principios del siglo
XII ya se habían introducido en la
Península Ibérica. Su misión principal
era la de defender la fe y religión
cristiana y contribuir a la expulsión
de los musulmanes, siguiendo las pautas
establecidas en Jerusalén,
en un momento especialmente delicado en
la Península Ibérica debido a la amenaza
almorávide. Su efectividad en la lucha
contra el infiel pueden explicar su
aceptación en el resto de los reinos
hispánicos.
Sin embargo, la confianza puesta por los
hispanos en las Órdenes Militares
Internacionales no siempre fue correspondida por éstas, posiblemente
porque su objetivo primordial seguía siendo Tierra Santa, y consideraban
Occidente más como centros económicos que lugares de combate.
Este pudo ser uno de los motivos por el que en los Reinos Hispánicos pronto
surgieran Órdenes Militares autóctonas. En este sentido podemos destacar cómo
ante la negativa del Temple de resistir en Calatrava ante la embestida de los
árabes, a instancia de sus frailes, se hizo cargo de esta fortaleza Raimundo,
abad de Fitero, naciendo de este modo la Orden de Calatrava.
Además podemos considerar que el nacimiento de nuevas Órdenes Militares
está íntimamente ligado al fortalecimiento del poder monárquico y
su creación está unida al proceso de organización de las tierras conquistadas
entre el Tajo y Sierra Morena a lo largo del siglo XII. De este modo, la Corona
utiliza a las Órdenes Militares para articular socialmente la amplia zona fronteriza
La función principal de todas ellas, según se desprende de la documentación
conservada, fue luchar contra los musulmanes, propagar la religión
cristiana y ampliar y proteger los reinos cristianos.
Estos textos hablan además en lenguaje de las cruzadas y mantienen su espíritu.
Así, los papas sancionan con sus bendiciones y privilegios la función de
las Órdenes Militares en la Península, destacando su valor en la defensa y
expansión del cristianismo. De este modo podemos ver cómo, y en
palabras del profesor Benito Ruano, «las
Órdenes Militares españolas son
consideradas como una especie de
ejército cruzado de carácter permanente,
una profesionalidad cruzada, ligada a la
disciplina papal por los votos
correspondientes».
Pero aunque la actividad fundamental de
las Órdenes Militares hispánicas era la
de combatir en la Península a los
infieles, desde su orígenes se contempló
la posibilidad de que actuaran en otros
ámbitos en defensa de la cristiandad.
Así, cuando en 1172 los frailes de Ávila se afiliaron a la Orden de
Santiago, prometieron ayudarla a
expulsar a los moros de España, para
posteriormente, si así lo decidía el
maestre, de Marruecos y finalmente de
Jerusalén. Del mismo modo, en el siglo XIII se puso
de manifiesto la posibilidad de combatir
a los musulmanes en el Norte de África,
gracias a la organización de una cruzada
por parte de Alfonso X, ratificada por
la autoridad papal en forma de varias
bulas de cruzada. El resultado de ello
fue la realización de varias
expediciones a Marruecos.
En ellas las Órdenes Militares
participaron animadas con la promesa del quinto de cabalgadas.
Finalmente, las Órdenes Militares se convirtieron un instrumento de poder
empleado por los monarcas hispanos en las luchas entre los reinos cristianos,
especialmente a finales del siglo XII en que los enfrentamientos entre Castilla,
León y Portugal estaban a la orden del día. Gracias a la intervención militar
de las Órdenes militares en la Península surgieron impresionantes señoríos, que
en parte contribuyeron a centrar la atención de las Órdenes en la Península.
Pero aunque siempre estaba patente la posibilidad de luchar en Oriente, tanto
el papa como las autoridades políticas consideraron que la actividad militar de
las Órdenes Militares hispánicas estaba destinada a controlar el poder musulmán
peninsular. Los papas eran conscientes de que había que combatir a los
musulmanes tanto en Oriente como en Occidente, y que una de sus principales
atribuciones era la defensa de la cristiandad. Por ello invertirán
bastantes esfuerzos en intervenir en la contienda española, emitiendo entre la
segunda mitad del XI y finales del XIII abundante documentación apoyando y
consagrando la Reconquista como una orma de cruzada.
La intervención papal, como nos muestra
el profesor Benito Ruano, en la contienda hispánica se lleva a cabo a
través de dos medios: Fomentando el reclutamiento de combatientes para las
guerras en la Península y reteniendo en la Península a aquellos españoles que
intentaban ir a Oriente a combatir al infiel. Esto lo consigue mediante la
equiparación a los cruzados de España y Tierra Santa en los beneficios e
indulgencias. [18] Así el papa Honorio III equiparó las indulgencias a los calatravos que hubieran defendido
los castillos de la frontera y los que luchaban contra los musulmanes junto al rey de León o en Tierra
Santa. Del mismo modo el papa Inocencio IV conmutó el voto de cruzada a Jerusalén por el servicio
en la orden de Santiago en España. También queda patente esta equiparación en otras acciones, como
en el caso del Concilio de Clermont de 1130 en que se impuso como penitencia a los incendiarios un año
de cruzada que podían cumplir o en España o en Tierra Santa.. E. BENITO RUANO.
Incluso, podemos considerar que a algunos papas le preocupaba más el
peligro musulmán en Occidente que en Oriente y que por distintos medios
intentaron evitar, e incluso prohibir las expediciones hispanas hacia Tierra
Santa, de tal modo que la participación de los hispanos en las Cruzadas de
Oriente consistieron sólo en hechos aislados protagonizados por mesnadas
señoriales, por algunos caballeros independientes y excepcionalmente por
algunos monarcas peninsulares en cumplimiento del ideal caballeresco de la época.
Igualmente tenemos constancia de varias convocatorias de las Órdenes Militares
hispánicas para intervenir en los asuntos de Tierra Santa. Algunas de estas invitaciones fueron realizadas por
las autoridades políticas del Oriente latino. Pero parte de ellas se
efectuaron por los papas, que en estos casos actuaron en contra del principio
de reservar los contingentes peninsulares para luchar contra
Al-Andalus. En cualquier caso no parece que estas llamadas fueran promovidas
directamente por la autoridad pontificia, sino que más bien son fruto
de demandas realizadas por los Estados Latinos ante las noticias de la
efectividad de estas órdenes en España, o de las propias Órdenes Militares
intentando con su participación en los problemas de Tierra Santa cumplir los
preceptos de sus reglas. De todos modos, y aunque, como veremos a continuación,
conservamos algunos intentos de las Órdenes militares españolas de
intervenir en Oriente, en última instancia las circunstancias políticas
peninsulares, la posible presión de los monarcas hispanos y las ventajas
obtenidas en las campañas contra Al-Andalus, frustaron esas intenciones.
La primera Orden Militar hispánica que intervino en los problemas de Tierra
Santa fue la de Monte Gaudio a finales de la década de 1170. Así, entre octubre
de 1176 y junio de 1177 Reinardo de Chantillón dio tierras a la Orden,
donación confirmada por Balduino IV de Jerusalén con la condición de que
Rodrigo y sus seguidores lucharan en el Este contra los infieles. En 1177
Sibila, hermana de Balduino IV y condesa de Ascalón y Jaffa, donó además a su
fundador, el conde don Rodrigo Álvarez, torres, tierra y rentas en Ascalón, y en
1178 recibió otras donaciones del Santo Sepulcro. Todos estos privilegios fueron
confirmados en 1180 por el papa. Asimismo el conde don Rodrigo empezó a
construir una capilla en Monte Gaudio, cerca de Jerusalén, de donde parece que
tomó la Orden su nombre. Sin embargo, y a pesar del interés
puesto por el conde Rodrigo Álvarez en Tierra Santa, su actividad allí como
Orden fue nula, por lo que en 1186 pasaron todas sus propiedades levantinas
al Temple, posiblemente debido a que, al
igual que ocurrió con otras Órdenes
hispánicas, la Orden de Monte Gaudio no
llegó a establecerse en Tierra Santa con
la efectividad deseable, centrando su
actividad en la Península Ibérica. Sólo
el interés del conde don Rodrigo por los
problemas de Tierra Santa pueden
explicar la relación de esta Orden con
el reino de Jerusalén.
En cualquier caso, en Tierra Santa
siempre tuvieron presentes los éxitos
militares de las Órdenes Militares
Hispánicas por lo que los príncipes de
los estados latinos contemplaron la
posibilidad de que intervinieran
militarmente en sus territorios. Sólo
esto puede explicar que en 1180, poco
después de fundación de la Orden de
Santiago, ésta fuera requerida por
Bohemundo III de Antioquía para que
asentara algunos contingentes en su
territorio cediéndoles a este efecto
varios castillos.
Las circunstancias históricas en que se
realizó esta convocatoria eran bastante
críticas, dado que en ese momento el
imperio de Saladino estaba en plena
expansión y los estados latinos
directamente amenazados. Además, la
situación interna en Antioquía era
bastante problemática, debido a la
existencia en las montañas del Sur del
Estado de zonas semi-independientes en
poder de los Asesinos. Por ello, la
política de los príncipes de Antioquía
fue la de establecer al Temple y al
Hospital en esas áreas singularmente
conflictivas. Sin embargo la efectividad
de estas Órdenes Militares no fue la
deseada, ya que no siempre se asentaron
en los territorios que se les habían
asignado. Por ello, y ante la no
ocupación de algunas fortalezas donadas
por Bohemundo II a los Hospitalarios,
éste decidió cederlas a la Orden de
Santiago. Como pone de manifiesto el
profesor Benito Ruano, esta situación es
equiparable a la que propició el
nacimiento de la Orden de Calatrava en
Castilla, ante la negativa del Temple de
resistir en dicha localidad.
Únicamente conservamos el documento de
donación, por lo que desconocemos la
respuesta, si la hubo, de Santiago. En
cualquier caso, el propio texto
contempla la prescripción de la oferta
en un año.
Posiblemente los santiaguistas ni
siquiera se plantearon la posibilidad de
trasladarse a Antioquía, puesto que la
situación en la Península no lo
aconsejaba. En efecto, en 1179 los
caballeros de Santiago había sufrido un
importante ataque almohade en Abrantes,
y a partir de ese momento comenzó a
prepararse la ofensiva cristiana,
aprovechando que el califa estaba en
Túnez. Por ello, y ante las perspectivas
de ampliación territorial tanto en León
como en Castilla, debieron hacer caso
omiso a la oferta de Bohemundo II. De
hecho, poco después el príncipe de
Antioquía ofreció nuevamente la
fortaleza de Vetula a los hospitalarios.
La tercera ocasión en que una de las
Órdenes Militares hispánicas contempló
la posibilidad de participar en la
Cruzada de Ultramar fue en 1206,
cuando, ante la petición de la Orden de
Calatrava de intervenir en Oriente
debido a las treguas con los almohades,
el papa Inocencio III emitió una bula
dirigida a los monarcas hispanos por la
que les pedía que aportaran dinero
suficiente para poder trasladar las
tropas calatravas a Oriente.
Sin embargo, tampoco conservamos ninguna
documentación que muestre una respuesta
de las autoridades hispanas, ni que
indique que la expedición se llevara a
cabo, antes bien, es muy probable que
esta iniciativa fuera paralizada por los
monarcas peninsulares, que no serían muy
favorables de retirar fuerzas armadas de
la Península, aunque fuera momento de
tregua. Incluso no creemos que el papado
fuera muy favorable de apartar
contingentes militares de España,
considerando que la función de las
Órdenes Militares hispánicas era la de
luchar contra los musulmanes de
Al-Andalus, como hemos visto. De hecho,
en ocasiones criticó la política de
treguas de los monarcas peninsulares,
como es el caso del papa Celestino III
que en 1193 pidió a Pedro II de Aragón
que no impidiera a las Órdenes Militares
luchar contra los musulmanes debido a
las treguas
o el de Honorio II que en 1220
amonestaba a los príncipes hispanos por
impedir que la Orden de Calatrava
lucharan contra los andalusíes por la
misma razón.
Pero la tregua establecida con los
almohades duró poco, y en 1209 se
iniciaron los preparativos para la que
iba a ser la gran cruzada hispánica que
culminó con la batalla de las Navas de
Tolosa de 1212, que supondría la
apertura del valle del Guadalquivir a
las tropas cristianas y el inicio de la
conquista de Andalucía, objeto del resto
de la centuria, en la que intervendrán
muy activamente las Órdenes Militares.
Aunque en 1206 los propósitos calatravos
no se llevaron a cabo, esto no supuso
que olvidaran la idea de intervenir en
Tierra Santa, y de hecho volvieron a
realizar una petición al papa Gregorio
IX que desemboca en la solicitud de éste
en 1234 al patriarca de Antioquía,
Alberto Rezato, de un territorio en
Siria para los calatravos.
Posiblemente la petición de Calatrava se
realizó algún tiempo antes de la fecha
del documento remitido por el papa, y
que ésta se efectuó debido al parón que
las conquistas en Andalucía habían
sufrido a partir de 1227. Sin embargo,
la ofensiva se había reanudado a
principios de 1233 con bastante
intensidad,
de tal manera que las gestiones del papa
fueron tardías e innecesarias, puesto
que aunque el principado de Antioquía
hubiera concedido un territorio a
Calatrava, de ningún modo Fernando III
habría permitido su traslado a Oriente.
Además, al igual que ocurrió en la
anterior ocasión, la Orden tuvo
bastantes oportunidades para mostrar su
valor y obtuvo suficientes rentas y
señoríos como para olvidarse de las
campañas en Tierra Santa.
De hecho, no tenemos más constancia de
peticiones de la Orden de Calatrava para
actuar en Oriente.
La otra gran orden militar peninsular,
Santiago, también se vio atraída durante
el siglo XIII por la cruzada a Oriente,
interviniendo la autoridad pontificia en
las negociaciones. La oportunidad se
produjo a raíz de la solicitud de
Balduino II, emperador del Imperio
Latino, de ayuda ante la presión que
sufría por los estados que le rodeaban.
Debido a ello, su reinado estuvo
caracterizado por el continuo
«peregrinar» por las cortes europeas en
busca de ayuda. Finalmente se dirigió a
Castilla, estableciendo en 1246 un
acuerdo con el maestre de Santiago don
Pelay Pérez Correa en el que éste se
comprometía a enviar un contingente de
tropas a Constantinopla por dos años.
La documentación que este acuerdo generó
ha sido publicada y estudiada por el
profesor Benito Ruano.
El acuerdo se firmó en Valladolid en
1246, y tuvo que ser la consecuencia de
las conversaciones que el emperador tuvo
con representantes santiaguistas en el
Concilio de Lyon de 1245.
Finalmente Balduino II se trasladó a
Castilla donde se estableció el
compromiso con la Orden de Santiago.
Según se puede ver en la carta remitida
por el papa Inocencio IV, el acuerdo
establecido en Lyon contemplaba el
traslado de 300 caballeros, 200
ballesteros y 1.000 peones a
Constantinopla durante dos años. Éstos
estaban obligados a participar en todas
las campañas realizadas por el emperador
o su hijo, y además podían emprender
cuantas cabalgadas quisieran contra los
infieles, gozando en estos casos de todo
el botín que pudieran recabar.
A cambio de este servicio, la Orden
tendría derecho a la quinta parte de las
conquistas que se realizaran a partir de
su llegada sin su participación, y a la
cuarta parte de las que estuvieran
presentes. Después de transcurridos los
dos años de servicio, los santiaguistas
obtendrían la ciudad de Visoya y el
castillo de Medes. Además recibirían
40.000 marcos esterlines y heredades y
casas en Constantinopla para sede de la
encomienda y residencia de enfermos y
heridos.
Como podemos ver, este tratado era
bastante ventajoso para la Orden de
Santiago, y la única explicación para
ello es la crítica situación en que se
encontraba el Imperio Latino. A pesar de
ello, el acuerdo no se cumplió
posiblemente debido a la intervención de
la monarquía castellana en su contra. En
efecto, aunque el infante don Alfonso,
en nombre de su padre Fernando III
autorizó la partida de tropas
santiaguistas a Constantinopla, el
número permitido se rebajó a tan sólo a
50 caballeros santiaguistas, 100
“dextrarios” y 100 caballos, aunque
podían acompañarles todo el personal
ajeno a la orden que quisiera.
Posiblemente autorizó este acuerdo ante
la presión de la carta papal que instaba
a la Orden a cumplir el tratado
establecido con el emperador, pero no
la debió aceptar con mucho agrado, como
muestra las restricciones que impuso y
el hecho de que introdujera una cláusula
recordando que esta acción no podía
sentar precedentes.
Además, poco antes Fernando III donó a
la Orden de Santiago el castillo de
Reina, al norte de Sevilla, y aún sin
conquistar,
posiblemente como un incentivo a los
santiaguistas, ya que en un futuro
podrían ampliar su señorío de Hornachos
hacia el sur, y podría animarlos a que
siguieran empleando sus armas en
Andalucía.
En cualquier caso, y aunque Pelay Pérez
Correa tenía bastante interés en crear
una encomienda santiaguista en Oriente,
esto no supuso en absoluto el abandono
de sus obligaciones peninsulares. De
hecho, a principios del año 1246 el
maestre de Santiago estaba en Andalucía
y por su consejo Fernando III tomó y
sitió Jaén, así como inició los
preparativos para el ataque directo
contra Sevilla.
Posteriormente al permiso del infante
don Alfonso, en agosto de ese mismo año
de 1246, se firmó el tratado entre el
emperador Balduino II y Pelay Pérez
Correa, en el que se hizo caso omiso de
las restricciones impuestas por la
monarquía castellana. Así, se estableció
el traslado a Constantinopla de un
contingente formado por 300 caballeros
de la orden, 300 “dextrarios”, 300
caballos, 200 ballesteros y 1000
sirvientes, para que permanecieran
durante dos años en Constantinopla al
servicio del emperador.
Es muy posible que este acuerdo no
gustara en absoluto al rey castellano, y
un síntoma de ello puede ser que ni el
rey ni el infante acudieron a
refrendarlo, estando tan sólo la reina
madre doña Berenguela como confirmante.
De hecho, podemos considerarlo casi un
desaire, dado que por esas fechas el
infante don Alfonso se encontraba en esa
zona.
Otro hecho que puede explicar el
incumplimiento del acuerdo es la
complicación de la situación política en
Al-Andalus. En efecto, ese mismo verano
el jeque de sevillano Aben Alchad, que
era amigo de Fernando III, había sido
asesinado, precipitándose por esta razón
el inicio de las campañas contra la
antigua capital almohade,
lo que podía suponer la suspensión o
aplazamiento del contrato. En cualquier
caso, el empeño de los santiaguistas
continuó, dado que en febrero de 1247 se
trasladan a Lyon representantes de Pelay
Pérez Correa con el fin de recoger el
dinero con el que Balduino debía
contribuir para sufragar el viaje a
Constantinopla para lo que el papa debía
actuar como intermediario. Sin embargo
al parecer el emperador de
Constantinopla no había podido reunirlo,
por lo que el papa remitió una carta al
maestre de Santiago en la que le
emplazaba para el mes de agosto, puesto
que hasta esa fecha no podría disponer
de todo capital.
Pero parece que nunca se llegó a
realizar ese viaje. El cúmulo de
contrariedades pueden explicar en parte
su fracaso. Posiblemente Balduino II no
consiguió nunca reunir la suma necesaria
para llevar a cabo el proyecto, y además
de que los reyes castellanos no veían
con muy buenos ojos que parte de las
fuerzas militares disponibles se
trasladaran a Oriente, el comienzo de la
conquista del reino de Sevilla, la
complejidad de sus campañas, y las
oportunidades de ampliar notablemente
los dominios de la Orden en Andalucía,
distrajeron definitivamente los
proyectos de Pelay Pérez Correa, quien
actuó muy activamente en la conquista de
Sevilla
y en las campañas posteriores.
Algunos monarcas hispanos se vieron
también implicados en el espíritu
cruzado imperante en Europa y no se
conformaron con materializar el ideal de
Cruzada con la lucha contra los
musulmanes en la Península. Por lo que
proyectaron, e incluso llevaron a cabo
expediciones a Tierra Santa. En este
sentido debemos destacar la programada
por Jaime I de Aragón en 1269, ya que en
ella participaron huestes de las Órdenes
Militares hispánicas. El origen de esta
empresa fue una invitación del khan
tártaro Abhaká, que era yerno del
emperador Miguel VIII. Esta proposición
fue recogida por el propio Jaime I en su
Crónica. En ella narra cómo estando en
Toledo en 1268 para asistir a la primera
misa como arzobispo de su hijo, el
infante don Sancho, tuvo la noticia de
la llegada a Cataluña de dos embajadores
del khan pidiendo ayuda para el
emperador de Constantinopla. A pesar de
las solicitud de Jaime I a Alfonso X de
Castilla, éste sólo se comprometió a
contribuir con 100.000 mrs. de oro y 100
caballos. Asímismo el maestre don Pelay
Pérez Correa prometió aportar 100
caballeros a la empresa. También la
Orden del Hospital ofreció ayuda, así
como el Temple y la rama calatrava de
Aragón (encomienda de Alcañiz), y las
ciudades de Barcelona y Mallorca.
Todos ellos participaron activamente en
la empresa, a excepción de Santiago, que
como amargamente reconoció Jaime I,
incumplió su promesa.
¿Hubo alguna intervención por parte del
monarca castellano en ese cambio de
parecer de los santiaguistas?. Es muy
posible, dado que la situación en
Andalucía era bastante problemática,
debido a las secuelas de la revuelta
mudéjar.
En cualquier caso, la cruzada fue un
auténtico fracaso, ya que al poco de
hacerse a la mar debido a una tormenta
Jaime I volvió a puerto con la mayor
parte de la flota, continuando sólo
algunas naves en las que iban los hijos
bastardos del rey, Pedro Fernández y
Ferrán Sánchez, algunos nobles y los
embajadores de Bizancio y Trebisonda que
regresaban a su tierra].Debemos
destacar, sin embargo, que el descalabro
de la empresa no fue sólo producto del
mal tiempo. En efecto, como han puesto
de manifiesto varios autores en buena
parte se debió a que el monarca
aragonés tenía pocas intenciones de
llegar a Israel, especialmente
considerando su avanzada edad, y lo que
hizo fue limitarse a mostrar un gesto
con el que tranquilizar al papa sobre su
fidelidad personal, especialmente
considerando que en 1245 el papa le
había solicitado que realizara una
Cruzada.
La tempestad fue pues un alivio y la
excusa perfecta para no realizar una
empresa para la que no estaba preparado.
LA ORDEN DE MONTE
GAUDIO. LOS
TEMPLARIOS. ORDEN DE
SAN JUAN DEL
HOSPITAL. Don
Rodrigo Alvarez,
tercer conde de
Sarriá, hijo de don
Alvaro Rodriguez,
segundo conde del
mismo título, y de
la infanta Doña
Sancha, hermana de
Alfonso VII, el 9 de
Julio de 1172
renunció ante el
cardenal Jacinto al
hábito de Santiago,
de cuya Orden fue
fundador y
comendador mayor.
Obtuvo licencia del
legado pontificio
para pasar a la
nueva Orden de Monte
Gaudio, que se había
de regir con la
regla del Cister,
más estrecha que la
de San Agustín, por
la que se regía la
Orden de Santiago,
que acababa de
dejar. Dicha nueva
Orden fue aprobada
por el Papa
Alejandro III el 24
de Diciembre de
1173, quien dio para
su régimen
espiritual la regla
del Cister. El conde
Don Rodrigo, que se
considera el
fundador de esta
Orden, vivió en su
juventud una vida
disipada.
Monte Gaudio,
nombre titular de la
nueva Orden, es un
monte situado en la
parte oriental del
Medirerráneo, a 895
metros sobre el
nivel del mar. Según
algunos
historiadores, allí
administraría
justicia el profeta
Samuel. Los
peregrinos que
viajaban a Tierra
Santa en la Edad
Media procedentes de
Europa, habiendo
pasado Siria, al
llegar a este monte
veían por primera
vez, de un golpe de
vista, desde sus
cumbre, toda
Palestina, con
Jerusalen a sus
pies. El principal
fin de esta Orden
del Monte Gaudio era
proteger a dichos
peregrinos, así como
acudir a los sitios
en donde fuera
solicitada su ayuda
en defensa de la
cristiandad. En el
Monte Gaudio situó
su casa principal el
fundador don
Rodrigo, haciéndola
dependiente de la
casa central del
Cister. El 2 de
Octubre de 1187
Saladino conquistó
Jerusalen y la Orden
de Monte Gaudio tuvo
que abandonar su
casa fundacional y
establecer su casa
central en Alfambra.
En octubre del 1188
Alfonso II, viendo
la decadencia de la
Orden le encomienda
otros dos fines: el
de hospitalaria y el
de redentora, para
redimir a los
cristianos que
cayeran en manos de
los moros. Le da el
nombre de San
Redentor y como casa
principal el
Hospital de San
Redentor que había
fundado en Teruel en
la plaza de San
Juan, en 1178. En
esta orden había
caballeros de muchas
nacionalidades y
faltando la
necesaria disciplina
entre ellos vio el
rey que la defensa
de la frotera de
Aragón corria serio
peligro. Así decide
disolverla en 1196
cediendo a la Orden
de Los Templarios
todas las posesiones
de la antigua orden.
La fecha exacta de
la fundación de la
Orden del Temple no
se conoce , pero la
mayor parte de los
tratadistas la
sitúan entre 1119 y
1120. Durante todo
el siglo XII entre
Castilla y Aragón la
vida se mueve en
ambiente de cruza y
ahí es donde tienen
su papel las Ordenes
militares que viven
en Aragón,
concretamente la del
Hospital y la del
Templo. La Orden del
Temple con el paso
de los años va
siendo una orden
rica y a comienzos
del siglo XIV
(1305-1307) y son
acusados
calumniosamente ante
la Corte del rey
francés Felipe IV de
omisión de la
consagración, de
besos impuros en los
rituales, de
sodomía, de negación
de Cristo…Felipe IV
comenzó este proceso
con el propósito de
apoderarse de la
riquezas templarias
y así el Papa
Clemente V la
disolvió. La
heredera de los
bienes de los
templarios fue la
Orden de San Juan
del Hospital. En
Aragón todos los
castillos templarios
fueron entregados a
dicha orden en 1317,
pero Jaime II para
evitar el excesivo
agrandamiento de
dicha orden crea
otra nueva ( La de
Montesa) en 1319.
Los Templarios se
acomodaron en
diversos trabajos y
morirían diseminados
por distintas
ordenes.
Algunos dicen que
la Orden de
Montegaudio nació en
Jerusalén al amparo
del Temple pero lo
cierto es que se
desarrolla en Aragón
y en Castilla
tomando aquí el
nombre de Monfrag
porque su maestre
don Rodrigo Álvarez
de Sarria era
caballero de la
Espada y por tanto
aliado y socio de
don Pedro Fernández
de Fuenteencalada
Fernando II tenía
un pasillo para
llegar a Coria por
la calzada romana de
la Guinea, los
caballeros de
Montegaudio con su
maestre el conde de
Sarria tenían
controlada la zona
oriental castellana
de la Calzada desde
su castillo de
Segura (de Toro),
los cofrades de la
Espada con su
maestre
Fuenteencalada
atienden la raya
mora de la Trasierra
Occidental
fortificándose en
Granada
(Granadilla),
Palomero, Santa Cruz
y Atalaya, guardando
el pasillo de Coria
en plena frontera
con los moros de
Portezuelo, Ceclavín
y la Sierra de Gata.
Este mismo año el
rey de Portugal
Alfonso Enrique hace
donación “a favor
del Conde Rodrigo
Álvarez de Soria
(quiere decir de
Sarria), Cavallero
del Orden de
Santiago, y al
primer Maestre de
ella Don Pedro
Fernández, y a su
Religión, de los
términos de la
villa, y el Castillo
de Abrahantes, en el
que se señalan
varios linderos, y
entre ellos bienes
de la Orden del
Templo
En este año de
1180 es aprobada por
el papa Alejandro
III la Orden de
Montegaudio bajo la
regla del Císter, y
cierta donación dice
de ellos: “…A vos
don Rodrigo
González, Maestre de
Monfrac, de la Orden
de Montegaudio”. Durante el
reinado de Alfonso
VIII (1158-1214), el
Papa Alejandro III
firma en 1175 la
aprobación de la
Orden Militar de
Santiago, evolución
de la Orden de los
Frates de Cáceres
(1170), fundada por
Pedro Fernández,
quien a su vez había
recibido el encargo
por parte del Rey
Fernando II de León,
de la defensa de la
recién conquistada
ciudad de Santiago.
Los Santiaguistas
colaboraron
activamente en la
Reconquista y la
repoblación. Alfonso
VIII les cedió Ucles
(1174), Moya y Mira
(1211), a las que
luego se sumaron
Osa, Montiel y
Alfambra
Uno de los
fundadores de la
Orden de Santiago se
separo a los pocos
años y creo la Orden
de Santa María de
Montegaudio, de
regla mas rígida,
unida luego al
Císter y conocida
como Orden de
Monsfrague, hasta su
fusión con la Orden
de Calatrava. Orden regular
hospitalaria
religiosa y militar,
que fue aprobada en
1180 por el papa
Alejandro III con el
nombre de Monte-Gaudio,
otorgándole la regla
de San Basilio. Se
instituyó con motivo
de que un grupo de
caballeros
cristianos que se
dedicaban
voluntariamente a la
custodia del Monte-Gioia
o Monte-Gaudio -un
lugar de
peregrinación- se
hicieron célebres
por los socorros que
prestaban a los
peregrinos y por sus
acciones piadosas.
Tras la ocupación de
la Tierra Santa por
parte de los
musulmanes, los
caballeros de la
orden se retiraron a
España, y se
asentaron en los
reinos de Castilla y
de Valencia, donde
el rey Alfonso IX
les dio el castillo
de Mont-franch y las
posesiones de
Trujillo. Los
caballeros de Monte-Gaudio
aceptaron esta
donación y, en
reconocimiento,
defendieron al rey
Alfonso en las
luchas que hubo de
mantener contra los
ataques de los
musulmanes.
Además, para
conservar un
recuerdo de las
liberalidades que
les había prodigado
el rey, resolvieron
cambiar el nombre de
la orden por el de
Mont-franch. Curiosamente, en
1221, la citada
facción de
Montegaudio fue
obligada a
integrarse en la de
Calatrava.
Nuevamente una parte
se rebeló contra la
fusión, se encerró
en sus posesiones y
las entregó a los
templarios, alegando
aceptar la anexión
previa que
rechazaron en 1196.
Así, el Temple entra
en posesión «legal»
de Ronda, que ya
poseía manu militari,
además de El Carpio
de Tajo y Montalbán.
En esta última
fundaron una
encomienda poderosa
por partida triple:
en lo militar, por
su castillo; en lo
económico, por los
pastos, ganados,
colmenas y el paso
de barcas del Tajo;
y en lo espiritual,
por los célebres
santuarios de las
Vírgenes Negras de
Melque, Novés y
Ronda, además de la
capilla y fuente
milagrosa de San
Millán, un donado
templario que la
leyenda considera
hijo de san Isidro y
santa María de la
Cabeza, patronos
templarios de Madrid
(AÑO / CERO, 70).
Hoy, en lo alto
del cabezo quedan
los restos del
Castillo y la efigie
del Sagrado Corazón,
que quiere recordar
la de Río de
Janeiro. Según
Gazulla (1928) el
Castillo fue
conquistado por
Alfonso II en 1169 y
donado a la Orden
Militar del Santo
Redentor de Alfambra
o del Monte Gaudio,
que había fundado
Rodrigo de Sarria,
caballero gallego
que llegó a Aragón
en el séquito de la
reina Sancha, hija
de Alfonso VIII de
Castilla
La Orden
Monástico-Militar y
Jerosolimitana de
Santa María de Montegaudio.
Por: D.
Arturo
Serón.
Articulo
para la
Revista
Castillos de
Aragón de la
ARCA
Asociación
para la
Recuperación
de los
Castillos de
Aragón.
Fundada en
época
incierta,
según
algunas
fuentes en
Tierra Santa
en el
reinado del
monarca
Balduino III
de
Jerusalén,
entre 1143 y
1163.
La orden se
extendió con
gran rapidez
y en un
periodo
relativamente
corto por
éstas
tierras; en
escasamente
seis años,
desde 1174
hasta la
aprobación
de sus
estatutos
por
Alejandro
III en 1180
(cuando
recibieron
definitivamente
la regla del
Cister)
obtuvieron
su sede
maestral de
Alfambra y
un gran
número de
plazas
estratégicas
al sur de la
Corona. Por
esta época
D. Rodrigo
peregrinó
desde
Alfambra a
Jerusalén y
adquirió el
monasterio
de Monte
Gaudio, en
un cerro al
Este, a
extramuros
de la ciudad
y lo
convirtió en
la cabecera
y cuartel
general de
su milicia.
En 1176, el
rey Balduino
IV de
Jerusalén
les concedió
la custodia
y guarnición
de varias
torres de la
ciudadela de
Ascalón.
Don Rodrigo
intentó
hacer
reconocer la
orden a
nivel
internacional
aunque no
consiguió
llamar
demasiado la
atención de
hermanos
extranjeros,
permaneciendo
en Ultramar
como orden
exclusivamente
española. Se
sabe con
certeza que
un pequeño
destacamento
representó a
la orden en
la batalla
de Hattin en
1187. Tras
la derrota y
posterior
desastre,
los
supervivientes
de la orden
se retiraron
a Aragón,
aunque un
puñado de
hermanos
permaneció
en Tierra
Santa y se
unió a los
templarios.
En 1186,
tras ciertos
visos de
crisis
interna en
la orden, en
la que
imperan el
poco
carácter del
fundador y
la falta de
entendimiento
entre
caballeros
de
diferentes
lugares,
Fray Pedro
de Cilis,
Preceptor y
Consejero de
Fray Lino de
Luca,
Maestre
Provincial
de España y
del capitulo
de Alfambra
transfería
todos los
bienes de la
orden en
Aragón,
Castilla.
León y
Galicia a la
orden del
Temple, en
nombre de
Fray Gilbert
Erail, Gran
Maestre de
ésta, aunque
esta
donación
nunca llegó
a hacerse
efectiva.
En 1187
seguía
siendo Gran
Maestre Fray
Lino de Luca
y Fray Juan
García
Comendador
de Alfambra.
Tras la
muerte del
conde D.
Rodrigo (que
la leyenda
dice que fue
enterrado en
alfambra) y
la perdida
de Jerusalén
la orden se
establece en
Aragón en
1188/94,
Alfonso II
decide
incorporar
la orden de
Montegaudio
a la del
Santo
Redentor,
llamada
también de
Alfambra,
por lo que
la sede
maestral
pasa de
Alfambra al
Hospital del
Santo
Redentor de
Teruel.
En 1196/97,
el monarca
aragonés,
tras
considerar
la escasa
efectividad
de la
Milicia
decide
incorporarla
a la orden
del Temple,
pasando
todos sus
bienes de
aquélla a
ésta. El
traspaso y
donación de
los bienes
fue
confirmado
por el papa
Celestino
III.
Frey Fralmi
de Lucha
(¿Lino de
Luca?) como
Gran Maestre
de la orden
de
Montegaudio
y Frey
Gilbert de
Erail y Frey
Ponz de
Rigalt como
Maestre
Provincial y
Maestre de
Ultramar
respectivamente
de la orden
del Temple.
También se
nombran por
parte de la
orden de
Montegaudio:
Frey Martí,
comendador
de
Castellote;
Frey Michel
Capella,
Frey Per
Gómez,
comendador
de Alfambra;
Frey Martín
Per,
comendador
de Villel;
Frey García,
comendador
de Montis;
Frey Sanz,
comendador
de Orrios;
Frey Furtuyn
Xemeni,
comendador
de Libros y
Frey García
de Jacha,
comendador
de Imanes
entre otros.
Gascón de
Castellote,
tenente y
comendador
de
Castellote
se opuso a
la fusión de
ambas
ordenes y
resistió
durante
algún tiempo
en la
fortaleza,
defendiendo
sus derechos
y los de su
orden.
También en
Castilla y
León, la
institución,
a la cabeza
de su
comendador
D. Rodrigo
González
decidió
seguir por
su propia
cuenta,
desacatando
su
incorporación
a la orden
del Temple y
recibiendo
de manos del
monarca
castellano
Alfonso VIII
el
castillo-santuario
de Ntra. De
Montfrague
en Cáceres,
junto al rió
Tajo,
estableciéndose
aquí
precisamente
y
erigiéndose
ésta como su
sede
maestral y
cabecera de
Castilla, de
donde tomará
ahora el
nombre de
orden de
Santa María
de
Montfrague.
Este
santuario
albergaba
una talla de
la Virgen
supuestamente
traída
también de
Tierra Santa
por el conde
fundador.
En 1215, el
papa
Inocencio
III había
confirmado
la
transferencia
de los
bienes de la
orden hecha
antes de
1196 al
Temple
(aunque los
caballeros
no
incorporados
a esta orden
podrían
disfrutar y
retener los
adquiridos
después de
1196).
Los
templarios,
queriendo
hacer
efectiva la
posesión de
los bienes
montegaudianos
ocuparon
todas sus
fortalezas
en Castilla
excepto la
de Monfrague,
aunque la
orden
castellana
conseguiría
sobrevivir
paralelamente
a la orden
del Temple,
incluso
incrementando
su
patrimonio.
Tiempo
después, en
1221,
Fernando III
el Santo
dispuso la
unión de
esta
institución
castellana a
la orden de
Calatrava,
pero del
mismo modo
que en 1196
había habido
caballeros
que se
habían
negado a
unirse al
Temple,
ahora los
había que
rechazaban
su
integración
a Calatrava,
por lo que
ciertos
freires
rebeldes se
encastillaron
en las
fortalezas
toledanas de
El Carpio,
Montalbán y
Ronda, en la
línea del
Tajo, aunque
ante la
presión que
sufrieron
por parte de
los
calatravos
les llevó a
entregar
estas plazas
a los
templarios.
La orden de
Montegaudio
tuvo
numerosas
posesiones
en
Palestina,
Castilla,
León,
Galicia,
Portugal y
Cataluña.
Pero donde
se expandió
con más
rapidez fue
en la Corona
de Aragón,
en poco
menos de 23
años, desde
la
aprobación
de la orden
en 1173,
hasta su
unión con la
orden del
Temple en
1196, ésta
milicia
adquirió una
serie de
fortalezas,
encomiendas
y lugares en
la zona del
Maestrazgo
turolense,
donadas
todas ellas
por Alfonso
II, estas
eran:
Alfambra (1ª
Sede
maestral en
1173/74);
Celadas (en
1172/73);
Cantavieja
(en
1169/80);
Malvecino
(en 1173);
Perales de
Alfambra (en
1173/80);
Villarpardo
(Camarón);
Villarrubio;
Fuentes de
García;
Villar de
Menga o
Mengua
(Villalba
Alta?);
Menta
(despoblado
o quizás
Camarillas);
Escorihuela
(en 1173);
Altabás;
Miravete de
la Sierra
(en 1174);
Camañas (en
1174);
Fuentes de
Alfambra (¿Fuentescalientes?
En 1175); La
Iglesuela
del Cid (en
1181);
Orrios (en
1182);
Villarplano
(despoblado
de Mas de
las Matas en
1186);
Villagarcía;
Castellote
(en 1187);
La Peña del
Cid o Ruy
Díaz (entre
Villel y
Libros en
1187);
Libros (en
1187);
Tramacastiel
(en 1187);
Villel y
Villastar
(en 1187);
Cuevas de
Eva (en
1187); el
Hospital del
Santo
Rdentor de
Teruel (2ª
Sede
Maestral en
1189); La
Cañada de
Benatanduz
(en 1194);
Tronchón (en
1194);
Mirambel (en
1194); el
desierto de
Villarluengo
y Torre de
Monsanto (en
1194/95); La
Cuba y Casas
heredades
en: Huesca,
Huesca del
Común,
Burbáguena,
Calatayud,
Pina de
Ebro,
Mediana de
Aragón,
Zaragoza,
Fraga y la
Iglesia de
Montis entre
otras.
Aunque no hay datos ni noticias que corroboren su pertenencia a ésta orden
sino a la
del Temple,
hay una
fortaleza en
la provincia
de Huesca,
cerca de
Chiriveta
que se le
conoce con
el nombre de
Monguay, que
primitivamente
se llamaba
Montgaudí o
Monte Gaudio.
A ella hace
referencia
D. Cristóbal
Guitart
Aparicio
cuando dice
que " Ramón
Berenguer IV
entregó éste
castillo a
la orden del
Temple en
1143". El
texto de
entrega dice
así: "Castrum
Totum quod
dicitur
Mongaudi".
Hay que
recordar el
gran número
de
denominaciones
que tuvo la
orden
durante su
breve
existencia
aparte de
sus ya
nombradas
fusiones con
otras
instituciones.
Literalmente
traducida en
latín como
Santa María
de Monte del
Gozo o de la
Alegría, fue
conocida
como:
Montegaudio
o Montegaudí
en Aragón;
Montjoy o
Montjoie en
Cataluña y
Valencia y
Montfrague,
Montegrago o
Monsfrag en
Castilla.
El hábito de
la orden era
blanco y su
insignia,
que en
principio ya
hemos dicho
era la cruz
roja y
blanca por
mitades, fue
sustituida
luego por la
cruz
octogonal
encarnada
muy parecida
a la de los
templarios.
A modo de
epílogo y a
mi propio
juicio hago
destacar que
la breve
existencia
de esta
antigua
Milicia
contrasta
con su
azarosa,
complicada,
original y
controvertida
historia,
plagada de
triunfos
militares,
cambios en
sus
estructuras
jerárquicas,
disensiones
internas,
roces con
otras
ordenes y
fusiones con
otras
instituciones.
Cabe decir
que en
apenas 78
años, desde
1143 ó 1163
(cuando
según
algunos
historiadores
nació en
Tierra
Santa) hasta
1221, o
incluso
quizá un
poquito más
tarde , la
orden pasó
de ser
filial de la
de Santiago,
a asentarse
sólidamente
en el reino
de Aragón,
brillando
con luz
propia en la
conquista de
grandes
territorios
al sur de la
Corona,
fusionándose
con el
Hospital del
Santo
Redentor (en
1188/94),
del que tomó
su nombre,
siendo
incorporada
al Temple en
Aragón (en
1196/97),
sobreviviendo
en Castilla
con el
nombre de
Montfrague,
decretándose
su unión al
instituto
calatravo y
optando
definitivamente
por
agregarse a
la orden del
Temple.
Rebuscando en viejos libros se han encontrado
algunas
notas sobre
la historia
de
Tramacastiel
que se
exponen a
continuación.
Se
cree que los
hombres
primitivos
ya habitaron
los
territorios
de
Tramacastiel,
por cuanto
que se han
encontrado
en el Prado
de las
Boqueras
abundantes
materiales
de
superficie
que pueden
ser restos
de un
posible
poblado o
taller de
silex del
Eneolítico.
La primera
noticia
escrita que
se tiene de
la villa de
Tramacastiel
nos la
proporciona
un documento
del rey de
Aragón,
AlfonsoII,
expedido en
Calatayud en
Diciembre de
1187, y que
se encuentra
depositado
en el
Archivo de
la Corona de
Aragón en
Barcelona.
Dicho
documento
dice que el
Rey dona a
la Orden de
Montegaudio(1),
de Alfambra,
el castillo
y la villa
de Villel
con todos
sus
términos,
pertenencias
y todas sus
aldeas:
Tramacastiel,
Cuevas de
Eva (¿Riodeva?),
Villastar,
Cascante,
Valacloche y
Libros.
Poco antes
de morir
AlfonsoII,
en abril de
1.196,
concedió que
la Orden de
Montegaudio
se fusionara
con la Orden
de los
Templarios;
pasando a
ser
propiedad de
éstos todas
posesiones
que tenía la
anterior.
Entre estas
posesiones
se supone
que estaba
Tramacastiel,
porque como
aldea de
Villel tuvo
que seguir
la suerte de
la que era
su cabeza.
Los
templarios
construyeron
la fortaleza
en lo alto
de unos
riscos y de
ese castillo
sólo quedan
los restos.
En el siglo XIV, al
desaparecer
la Orden de
los
Templarios,
Villel,
Villastar,
Riodeva
etc...
pasaron a
depender de
la Orden de
San Juan de
Jerusalén,
pero la
villa de
Tramacastiel
debió
desligarse y
no
perteneció a
esa Orden,
pués se sabe
que hacia el
año 1.200,
Gil Ruiz de
Castelblanque,
valenciano
del Rincón
de Ademuz,
poseyó un
extenso
señorío
pegado al
estado de
Albarracín
siendo señor
de Tormón,
El Cuervo,
Tramacastiel,
Cascante del
rio,
Valacloche,
Sot y Chera.
Una hija de
Ruiz de
Castelblanque
casó con
mosen Blasco
Fernández de
Heredia,
conde de
Fuentes y
Marqués de
Mora. Este
matrimonio
tuvo a
partir del
siglo XV el
título de
Condes de
Fuentes.
Se sabe que
Tramacastiel
perteneció a
ese Condado
y tomó el
título de
Villa del
Condado de
Fuentes.
También se
sabe que en
los siglos
XVII y XVIII,
Tramacastiel
hace uso
constantemente
del Fuero de
Valencia,
diferenciándose,
por ejemplo
de Rubiales
que se
titulaba
aldea de la
Comunidad de
Teruel y de
Castielfabib
que a su vez
se titulaba
villa real.
El uso de
ese fuero
valenciano
viene sin
duda dado
por la
procedencia
de su
antiguo
señor Ruiz
de
Castelblanque,
que como se
ha citado
era
valenciano
del Rincón
de Ademuz.
La riqueza
de
Tramacastiel
en aquellos tiempos era el monte, el ganado y la agricultura. (1)
La Orden
de
Montegaudio
o de San
Redentor,
que en
Alfambra
tenía su
casa
principal,
venerando
allí un
Lignum
Crucis o
astilla
verdadera de
la Cruz
del señor,
tenía como
maestre al
conde don
Rodrigo de
Sarria,
primo de la
reina de
Aragón doña
Sancha.
En su juventud fue el conde don Rodrigo un disoluto, dado a los placeres
y excesos, que tenía sus posesiones en Galicia y en León. Hasta que, arrepentido
de su proceder , y con otros caballeros que igualmente se arrepentían, decidió
dedicarse a la vida de privación, de sacrificio, de lucha contra el infiel, y de
ayuda a los pobres peregrinos y necesitados. Fundó la Orden de Caballería de
Santiago, que entraba en batalla con el grito famoso “¡Santiago y cierra
España!”. Después fundó la Orden de Caballería de Montegaudio,
con
disciplina
más rígida
que la de
Santiago.
Cuando su
prima la
princesa
doña Sancha
vino a
Zaragoza a
casar con el
rey de
Aragón don
Alfonso II,
el conde don
Rodrigo la
acompañó
(1174), y el
rey de
Aragón,
conociendo
el valor de
estos
caballeros,
les concedió
en Alfambra
un
territorio
para que se
aposentaran
allí y
lucharan
contra los
moros que
amenazaban
Teruel y las
poblaciones
fronterizas.
A la
muerte de
don Rodrigo
el nuevo
comendador
quiso unir
esta Orden a
la del
Temple y lo
consiguió en
el año 1196.
La
forma de
gobernarse
la villa,
aun siendo
del condado
de Fuentes,
era la misma
que
acostumbraban
todas las
villas de
Aragón, es
decir, por
medio de un
concejo,
integrado
por el
justicia,
que era
anual, los
jurados,
mayordomos,
síndicos y
pregonero,
que, a una
orden de los
primeros,
convoca
reunión de
concejo " a
son de
campana
tañida",
reuniéndose
en las casas
consistoriales
estos
prohombres y
todos "los
hombres
buenos de la
villa" que
intervienen
en las
cuestiones y
debates y
dan fuerza a
todos los
acuerdos.
Montes,
leña,
ganados
suscitaron
contínuos
litígios con
Rubiales y
Castielfabib.
El concejo
de
Tramacastiel
(S.XVIII)
cansado de
los
dispendios
que estos
pleitos
causaban
llegaron a
acuerdos
directos con
sus vecinos
forma más
sencilla y
práctica de
resolver los
conflictos.
La ermita de
Tramacastiel
poseyó un
magnífico
retablo
gótico,
posíblemente
procedente
de la
antigua
iglesia de
su castillo,
que
indudáblemente
fué la
primera
iglesia y
parroquia de
la villa.
Probáblemente
el retablo
fué donado
por los
condes de
Fuentes,
señores de
la villa y
castillo,
pero esta
obra de arte
fué
destruida en
la guerra
civil.
Caballeros de Loyola; Orden de Montegaudio.- España. Por los años 1220-1230, el rey Fernando incorporó esta orden a la de Calatrava. Su divisa era una cruz octógona de gules.
Orden regular hospitalaria religiosa y militar, que fue aprobada en 1180 por el papa Alejandro III con el nombre de Monte-Gaudio, otorgándole la regla de San Basilio. Se instituyó
con motivo de que un grupo de caballeros cristianos que se dedicaban voluntariamente a la custodia del Monte-Gioia o Monte-Gaudio -un lugar de peregrinación- se hicieron célebres
por los socorros que prestaban a los peregrinos y por sus acciones piadosas. Tras la ocupación de la Tierra Santa por parte de los musulmanes, los caballeros de la orden se retiraron a España,
y se asentaron en los reinos de Castilla y de Valencia, donde el rey Alfonso IX les dio el castillo de Mont-franch y las posesiones de Trujillo.
Los caballeros de Monte-Gaudio aceptaron esta donación y, en reconocimiento, defendieron al rey Alfonso en las luchas que hubo de mantener contra los ataques de los musulmanes.
Además, para conservar un recuerdo de las liberalidades que les había prodigado el rey, resolvieron cambiar el nombre de la orden por el de Mont-franch Por los años 1220-1230, el rey Fernando incorporó esta orden a la de Calatrava. Su divisa era una cruz octógona de gules.
EUROPA PRESS. 19.04.2010
"La sede maestral de Monte Gaudio hermana a Torrejón el Rubio (Cáceres) con Alfambra (Teruel)
Los municipios de Torrejón el Rubio (Cáceres) y Alfambra (Teruel) han firmado un protocolo de hermanamiento, al haber sido
ambos sedes maestrales de la medieval Orden de Santa María de Monte Gaudio, fundada a mediados del siglo XII por el conde leonés don Rodrigo
Álvarez, según informa el alcalde de la citada localidad cacereña, Luis Miguel Vacas Blanco.
La citada orden de caballería adoptó su nombre del Monte Gaudio
(Monte del Gozo o Mons Gaudi), situado en Tierra Santa y cuya cima fue donada a la Orden
por el Rey de Jerusalén.
El nombre
del
monte
se
debía
a la
alegría
que
sentían
los
peregrinos
al
ver
cercano
el
objetivo
final
de
su
viaje
cuando
divisaban
desde
su
cima
la
ciudad
de
Jerusalén
y
toda
Palestina,
según
se
hace
constar
en
la
exposición
de
motivos
del
protocolo.
Según
el
protocolo,
la
orden
fue
objeto
de
numerosas
donaciones,
entre
ellas
la
realizada
por
el
rey
Fernando
II
de
León
de
la
Encomienda
Castillo
de
Monfragüe,
situada
en
el
término
municipal
de
Torrejón,
y la
donación
por
el
rey
Alfonso
II
de
Aragón
de
la
Encomienda
Villa
de
Alfambra,
en
el
término
municipal
del
mismo
nombre.
Ambas
encomiendas
fueron
de
gran
importancia
en
la
vida
de
la
orden,
que,
en
momentos
diferentes,
tuvo
su
sede
maestral
en
ellas
y
siguiendo
la
costumbre
de
la
época,
adoptó
sucesivamente
los
nombres
de
Monfranc
o
Monfragüe
y
Alfambra.
En
el
momento
actual,
en
ambos
pueblos
se
rememora
y
festeja
sus
vínculos
con
la
orden.
Así,
en
Alfambra,
todos
los
Sábados
Santos
se
celebra
la
fiesta
de
la
subida
a la
Encomienda
y,
en
Torrejón
el
Rubio,
dos
día
más
tarde,
los
Lunes
de
Pascua,
tiene
lugar
la
romería
de
Nuestra
Señora
de
Monteagudio,
en
la
capilla
del
viejo
castillo
de
Monfragüe,
informó
el
Ayuntamiento
de
Torrejón
el
Rubio
en
nota
de
prensa.
En
nombre
de
los
dos
municipios,
sus
respectivos
alcaldes.
Amador
Villamón
Martínez,
de
Alfambra,
y
Luis
Miguel
Vacas
Blanco,
de
Torrejón
el
Rubio,
conscientes
de
los
vínculos
de
"amistad
y
solidaridad"
que
existen
entre
ambos
y
convencidos
de
que
la
mutua
colaboración
redundará
en
beneficio
de
los
vecinos
de
los
dos
pueblos,
han
decidido
firmar
el
protocolo
de
hermanamiento,
al
objeto
de
"que
sea
un
elemento
dinamizador
de
la
vida
de
los
mismos".
Los
alcaldes
de
Torrejón
el
Rubio
y
Alfambra
se
han
comprometido,
según
el
protocolo
firmado,
a
mantener
relaciones
de
fraternal
hermandad,
a la
organización
de
encuentros
que
redunden
en
la
formación
integral
de
ambos
municipios;
a
posibilitar
el
intercambio
de
experiencias,
iniciativas
y
soluciones
a
sus
problemas
comunes,
a la
alianza
estratégica
entre
empresas
de
los
dos
pueblos
y a
la
puesta
en
marcha
de
programas
de
inversión
industrial.
Finalmente,
ambos
ayuntamientos
se
comprometen
a
dedicar
el
nombre
de
una
vía
pública
de
las
villas
de
Alfambra
y
Torrejón
el
Rubio al municipio hermanado."
ORDENES MILITARES. Orden de Calatrava. (pp590). Años más tarde el rey castellano donó a la Orden de Monteagudio y a don Rodrigo
González, maestre de la misma en Monfrag, y a sus sucesores, diez yugadas de
heredad en Magán (30 de junio de 1206). La orden quedó en Castilla con el nombre de Monfrag. Pocos años después el rey
confirmó a don Rodrigo González, maestre de Monfrag, y a Juan García, comendador
de ésta, las diez yugadas y unas viñas en Magán, un molino en Alfarraz y otros
bienes, a cambio de la villa de Segura ( 11 de Enero de 1210). La orden iba mejorando paulatinamente con otras ayudas. En 31 de mayo de 1210
doña Sol de Talavera vendía a la Orden una heredad en Xévalo por 500 maravedís. todavía en 1218 Domingo Pérez se ofrecía a la Orden.
Los de Monfrag no tenían muchas probabilidades de medrar. Las bulas de 1198
prácticamente nada resolvieron. El pleito con la poderosa Orden del Temple
persistía. Siendo cisterciense, nada mejor que buscar el amparo de la creciente
Orden de Calatrava. Por eso surgió la propuesta de unirse a ésta. En 1215 el
maestre de Calatrava se presentó a Inocencio III cuando se celebraba el concilio
general, suplicando autorización para que los freires de Santa María de
Monteagudio satisfaciesen su deseo de unirse a la de Calatrava. El Papa accedió,
pero el maestre del Temple se opuso a tal unión, por haberse incorporado antes
con sus bienes a ella. En realidad, los Templarios poseían los bienes de los de
Monteagudio, excepto unos pocos y el castillo de Fraga, que seguían en poder de
algunos religiosos que no habían querido ingresar en el Temple; por eso pedía la
anexión de estos bienes. El maestre calatravo replicó que los de Monteagudio no
tenían aquellos bienes por ser de esta Orden. El Papa falló que el Temple
poseyese cuanto había tenido la Orden de Monteagudio hasta la incorporación de
1196, y los no incorporados seguirían con los bienes adquiridos a partir de esa
fecha. Al fin la Orden de Monfrag quedó unida a la de Calatrava por Fernando III en 23
de mayo de 1221 PENETRACION DE CASTILLA EN LEON. Vistas de Soto Hermoso ( pp 703) Probablemente intervinieron el prior de la Orden de San Juan y otros, a fin de
mantener entre Castilla y León la paz acordada en 1183. No convenía la guerra al
leonés, por la situación inicial de su reino, ni al castellano, por el peligro
de que se aliase el nuevo monarca a Portugal y Aragón, cuyo rey lo deseaba. Consta que los dos primos estuvieron distanciados en los primeros meses, pero en
la primavera se movilizaron para entrevistarse, desplazándose el leonés a mayor
distancia; en Zamora estaba el 4 de Mayo. El 19 del mismo mes ya se hallaba en
Soto Hermoso, con su madre, confirmando a la Orden de Santiago las concesiones
hechas por su padre . Alfonso VIII tuvo que andar menos; el 6 de mayo estaba en Toledo y también
acudió a Soto Hermoso, donde el mismo día 19 de mayo despachó un documento .
Parece indudable que alli tuvieron una entrevista ambos monarcas. Unos cronistas recogen una vaga referencia a los primeros momentos de Alfonso IX;
hostilizado por castellanos y protugueses (16). Más concisa la Crónica latina de
Castilla, sin referirse a hostilidades de Alfonso VIII, habla de un acuerdo
anterior a la curia de Carrión, sin duda celebrado en las vistas de Soto
Hermoso; según este testimonio, Alfonso IX temía al de Castilla, cuya fama
estaba extendida; “fue tratado, pues, y provisto que se casase una de las hijas
del rey de Castilla con el rey de León”, a pesar del parentesco; “fue acordado,
además , y firmado que el mismo rey de León fuese armado caballero por el rey de
Castilla y en tal momento besase la mano de éste. Esa fórmula aseguraba al rey leonés la amistad castellana y al mismo tiempo
resolvía los posibles litigios por cuestión de castillos fronterizos, con lo
cual podían quedar aislados y sin grave peligro los partidarios de la casa de
Haro. Después cada monarca salió de Soto Hermoso a su respectivo reino, en espera del
plazo previsto para ejecutar lo acordado. Alfonso IX iba por Ciudad Rodrigo el
28 de mayo y por Salamanca el 1 de junio, hasta León, en que ya consta el 17
del mismo mes de junio. Alfonso VIII, por Toledo, en que se hallaba el 30 de
mayo, se dirigió a Carrión, sin duda después de pregonar la próxima curia.
Soto Hermoso era una aldea emplazada donde después se llamó la Abadía, al
norte de Plasencia, en 9 de junio de 1262 Alfonso X dió la aldea de Soto Hermoso al concejo de Granada.
Alfonso II decide incorporar la orden de Montegaudio a la del Santo Redentor, llamada también de Alfambra,
por lo que la sede maestral pasa de Alfambra al Hospital del Santo Redentor de Teruel. En 1196/97, el monarca aragonés, tras considerar la escasa efectividad de la Milicia decide
incorporarla a la orden del Temple, pasando todos sus bienes de aquélla a ésta. El traspaso y donación de los bienes fue confirmado por el papa Celestino III. Se conocen los nombres de varios comendadores fechados en 1196 en la concordia
de incorporación de los bienes de la orden de Sta. María de Montegaudio y del Santo Redentor de Alfambra a la orden del Temple, en ella figuran:
Recientemente, un grupo de hombres y mujeres templarios han restablecido la antigua orden de Santa María de Monte Gaudio, de San Redentor de Alfambra y
del Temple de Jerusalén bajo el nombre de la Soberana Orden de Montegaudio y del Temple de Jerusalén. Se trata de una orden de caballería fundada por el Conde
leonés Don Rodrigo Álvarez y otros caballeros el 9 de julio de 1172 para ayudar y proteger a los peregrinos a Santiago de Compostela y a Tierra Santa
así como en defensa del cristianismo, siendo aprobada por el Papa Alejandro III entre esa fecha y el 24 de diciembre de 1173 aplicándole la regla de la orden cisterciense.
El emblema de la orden era la Cruz Templaria en blanco y rojo como aparece en la imagen superior.
La sede de la orden se encontraba en la cima de Monte-Gaudio o Mont Joie, una colina de 895 metros de altura sobre el
nivel del mar, desde la que los peregrinos tenían la primera visión de Jerusalén y de toda Palestina, de ahí su
nombre (Mont Joie o Monte de Alegría en francés y Mons gaudii en latín). En ella los montegaudianos levantaron su casa
central y una iglesia dedicada a Santa María. El 2 de octubre de 1187 Saladino
conquistó Jerusalén y los miembros de la Orden tuvieron que abandonar su sede y establecerse en diferentes lugares de
Castilla y Aragón. En octubre de 1188 Alfonso II, rey de Aragón, al ver el declive de la Orden añadió dos nuevos fines a los que ya
tenían: la atención hospitalaria y la redención de los cristianos que caían en manos de los moros, cambiando el nombre
de la rama aragonesa de la Orden por el de San Redentor y trasladó su sede de Alfambra al Hospital de San
Redentor fundado en 1178 en la ciudad de Teruel.
El mismo año de 1188 hubo un cisma en la Orden por la jefatura de la misma, aunque
parece que este hecho no llevó a la separación de las ramas de Castilla y León, por un lado, y de la Corona de Aragón, por la otra.
En marzo de 1195, el Papa Celestino III emitió una bula concediendo a los templarios el Hospital y la casa de San Redentor bula que no fue bien
acogida por los caballeros de Montegaudio que se oponían a una fusión con los templarios y que en consecuencia la impugnaron.
Con el objeto de poner coto a la grave falta de disciplina en la Orden (probablemente debido a las diferentes nacionalidades de de los
caballeros) y al mismo tiempo congraciarse con el Papa y, sobre todo, para defender la frontera de Aragón que se encontraba en grave
peligro, el Rey Alfonso II decidió en 1196 la disolución de la Orden y la transferencia de las posesiones y personas de la misma a la Orden del
Templo de Jersusalén. Cuando en Aragón se produjo la fusión de la Orden con los templarios, los opositores de la misma tuvieron que
abandonar las tierras de Alfonso II de Aragón, un firme defensor del Temple, refugiándose en la Encomienda de la orden en Monfragüe en Castilla (hoy
Extremadura), a la que hicieron su centro de operaciones y cambiando su nombre por el de Orden de Monfragüe
En 1221 Fernando III de Castilla decretó la absorción de la Orden de Monfragüe por la de Calatrava.
A pesar de su corta vida, esta Orden tiene el honor de ser la primera orden española de caballería que se estableció de manera permanente en Tierra Santa.
Desde su regreso de Jerusalén la orden fue también conocida como Orden de Trufac.
Los principales objetivos de la re-establecida SOMTJ son la defensa de la cristiandad la libertad religiosa y
la promoción, difusión, práctica y restauración de los principios y valores templarios: el honor, el sacrificio, la defensa del
débil y la ayuda al necesitado y menesteroso.
Somos una Orden cristiana y no masónica de Caballeros Templarios. Reconocemos todas las órdenes legítimas de Caballeros Templarios y estamos
dispuestos a aliarnos con otras Ordenes Templarias que defiendan los mismos valores que nosotros.
La Orden está abierta a todos los cristianos del mundo que expresamente rechacen las ideas y prácticas exotéricas,
ocultistas, demoniacas y masónicas. La Orden se encuentra legalmente establecida en España e inscrita en el Registro
Nacional de Asociaciones con el nº 593205.
LAS ORDENES MILITARES Por Rafael Abel Díaz Balaguer
ORDEN MILITAR DE MONTEGAUDIO Las tres órdenes militares Calatrava, Santiago y Alcántara,
aún siendo las tres principales órdenes hispánicas, no fueron las únicas que se
fundaron en los siglos XII y XIII en la península Ibérica; existieron otras
órdenes militares que carecieron de la importancia y difusión de las anteriores
o que sólo perduraron durante un espacio de tiempo más corto que las tres
grandes órdenes castellanas. La más antigua de estas órdenes, que en algún modo podríamos
calificar de menores, es la orden que fue recibiendo sucesivamente los nombres
de Alfambra, Montegaudio y Monfragüe y que tuvo una vida tan azarosa como
inquiera había sido la de su fundador, el conde gallego Rodrigo Álvarez. Don Rodrigo Álvarez, tercer conde de Sarriá, hijo de Don
Alvaro Rodrigo, segundo conde del mismo título, y de la infanta Doña Sancha,
hermana de Alfonso VII, el 9 de Julio de 1172 renunció ante el cardenal Jacinto
al hábito de Santiago, de cuya Orden fue fundador y comendador mayor. Obtuvo
licencia del legado pontificio para pasar a la nueva Orden de Montegaudio, que
se había de regir con la regla del Cister, más estrecha que la de San Agustín,
por la que se regía la Orden de Santiago, que acaba de dejar. Una vez autorizado por el legado pontificio, pasará a otro
lugar, probablemente Abrantes (Portugal), una vez allí tomó sin consentimiento
del Capítulo de la Orden de Santiago, la cruz mitad roja y mitad blanca.
El 24 de Diciembre de 1173 el Papa Alejandro III aprueba la
orden, prohibiéndole únicamente recibir en su nueva orden profeso alguno de
Santiago y aceptar Castillo que pudiera dar lugar a conflictos con los
Santiaguistas.
Estas limitaciones motivaron el traslado del conde Don
Rodrigo y sus frailes a Aragón, donde no se habían extendido los santiaguistas;
el rey Alfonso II de Aragón le donó para sede de la orden en 1174 el castillo de
Alfambra, recién conquistado a los musulmanes, así como otras villas en la
comarca, por lo que comenzó a ser designada como Orden de Alfambra
Poco después Don Rodrigo marchó a Tierra Santa donde adquirió
el Monasterio de Montegaudio.
Montegaudio, nombre titular de la nueva Orden, es un monte
situado en la parte oriental del Mediterráneo, a 895 metros sobre el nivel del
mar. Según algunos historiadores, allí administraría justicia el profeta Samuel.
Los peregrinos que viajaban a este monte veían por primera vez, de un golpe de
vista, desde su cumbre, toda Palestina, con Jerusalén a sus pies. El principal
fin de esta Orden del Montegaudio era proteger a dichos peregrinos, así como
acudir a los sitios en donde fuera solicitada su ayuda en defensa de la
cristiandad. En el Montegaudio situó su casa principal el fundador Don Rodrigo,
haciéndola dependiente de la casa central del Cister
Entre octubre de 1176 y Junio de 1177 Reinardo de Chantillón
dio tierras a la Orden, donación confirmada por Balduino IV de Jerusalén con la
condición de que Rodrigo y sus seguidores lucharan en el Este contra los
infieles. En 1177 Sibila, hermana de Balduino IV y condesa de Ascalón y Jaffa,
donó además a su fundador, el conde Don Rodrigo Álvarez, torres, tierra y renta
en Ascalón, y en 1178 recibió otras donaciones del Santo Sepulcro
De nuevo Alejandro III, el 23 de Noviembre de 1180, aprobaba
la orden, ahora con el nombre de Santa María de Montegaudio de Jerusalén,
poniéndola bajo su única dependencia
Don Rodrigo intentó hacer reconocer la orden a nivel
internacional aunque no consiguió llamar demasiado la atención de hermanos
extranjeros, permaneciendo en Ultramar como orden exclusivamente española. Se
sabe con certeza que un pequeño destacamento representó a la orden en la batalla
de Hattin en 1187. Tras la derrota y posterior desastre, los supervivientes de
la orden se retiraron a Aragón, aunque un puñado de hermanos se quedó en Tierra
Santa y se unió a los Templarios
En 1186 estalló una crisis en la orden mientras Don Rodrigo
se encontraba en Montegaudio; el comendador de Alfambra, que, como máxima
autoridad en la Península, gobernaba las casas y los bienes de la orden en
Aragón, ofreció todas las fortalezas y heredades bajo su jurisdicción a la Orden
del Temple; el maestre provincial templario aceptó la donación bajo la condición
de que fuese aprobada por el rey de Aragón y por el gran maestre del Temple.
Parece que el rey Alfonso II no dio su conformidad por el momento y la
incorporación de las posesiones de la Orden de Montegaudio en Aragón al Temple
quedó en suspenso
En 1187 caía Jerusalén y con ella la casa convento de
Montegaudio en poder de los musulmanes, falleciendo al mismo tiempo el conde
Rodrigo; perdida la sede central y su fundador, el rey de Aragón erigió en 1188,
en Teruel, el hospital del Santo Redentor, para ejercer la caridad y la
redención de cautivos y a este hospital incorporó la Orden de Montegaudio con la
anuencia de los dos comendadores, el de Castilla y el de Alfambra, donándole
poco después alguna otra fortaleza
La nueva orden, que había recibido el nombre de Orden del
Santo Redentor, nació con un problema básico; parte de sus miembros la concebían
como orden redentora de cautivos, mientras para otros prevalecía el carácter
militar con que había nacido en Abrantes y Alfambra. Además existía el problema
político, pues los miembros castellanos no admitían fácilmente la dependencia y
subordinación al hospital de Teruel; quizá por esta resistencia nunca obtuvo
esta última fusión y cambio de objetivo la aprobación pontificia. Ante estas dificultades que parecían irresolubles; Alfonso II,
cambiando de idea, prefirió el año 1196 robustecer a la Orden del Temple
incorporando a la misma todos los castillos y bienes de la Orden de Montegaudio,
en Aragón: así el Temple se hizo con las fortalezas de Alfambra, Villel, Libros
y Villarluengo; el papa Celestino III confirmaba ese mismo año a la Orden del
Temple todas estas fortalezas, es decir, todo cuanto la Orden de Montegaudio
poseía en Aragón y Cataluña. Pero los frailes castellanos o leoneses no admitieron estas
decisiones del maestre de Montegaudio y del rey de Aragón y enviaron una
embajada al Papa razonando su oposición; mientras la embajada viajaba a Roma,
los templarios leoneses ocuparon las casas y heredades de la Orden de
Montegaudio en el reino de León. Quedaban sólo resistiendo a la incorporación al Temple los
frailes castellanos de Montegaudio bajo la dirección de su comendador Don
Rodrigo González; estos habían establecido la casa madre de la rama castellana
en la fortaleza de Monfragüe, junto a las aguas del Tajo, en su ribera
izquierda, en el término de Torrejón el Rubio. Los restos de la Orden de
Montegaudio que quedaron en Castilla tomaron el nombre de Orden de Monfragüe y
aunque contaron con la protección del rey castellano Alfonso VIII, que les hizo
una serie de importantes donaciones, apenas lograban mantener su independencia
frente a la poderosa Orden del Temple. Para escapar a la presión del Temple, los frailes de
Montegaudio, como cistercienses que eran, buscaron acogerse a la sombra de sus
hermanos los cistercienses de Calatrava, no menos poderosos en España que el
Temple. En 1215 el maestre de Calatrava solicitaba del Papa Inocencio III que
aprobaran la incorporación o absorción de Montegaudio por Calatrava. El Papa
atribuyó al Temple todo lo incorporado hasta 1196, pero ordenó que los no
incorporados siguieran con los bienes que habían quedado fuera de esa unión. Así siguió sobreviviendo precariamente la Orden de Monfragüe
unos años más, hasta que el 23 de Mayo de 1221 Fernando III ordenó su unión con
la Orden de Calatrava. Pero del mismo modo que en 1196 había habido caballeros que
se habían negado a unirse al Temple, ahora los había que rechazaban su
integración a Calatrava, por lo que ciertos frailes rebeldes se encasillaron en
las fortalezas toledanas de El Carpio, Montalbán y Ronda, en la línea del Tajo,
aunque ante la presión que sufrieron por parte de los calatravos les llevó a
entregar estas plazas a los templarios, dando origen así a la encomienda
templaria de Montalbán. La orden de Montegaudio tuvo numerosas posesiones en
Palestina, Castilla, León, Galicia, Portugal y Cataluña. Pero donde se expandió
con más rapidez fue en la Corona de Aragón, en poco menos de 23 años, desde la
aprobación de la orden en 1173, hasta su unión con la orden del Temple en 1196,
ésta milicia adquirió una serie de fortalezas, encomiendas y lugares en la zona
del Maestrazgo turolense, donadas todas ellas por Alfonso II. Hay que recordar el gran número de denominaciones que tuvo la
orden durante su breve existencia aparte de sus ya nombradas fusiones con otras
instituciones. Literalmente traducida en latín como Santa María de Monte del
Gozo o de la Alegría, fue conocida como: Montegaudio o Montegaudí en Aragón;
Montjoy o Montjoie en Cataluña y Valencia y Monfragüe, Montegrago o Monsfrag en
Castilla. El hábito de la orden era blanco y su insignia, que en
principio ya hemos dicho era la cruz roja y blanca por mitades, fue sustituida
luego por la cruz octogonal encarnada muy parecida a la de los templarios. Cabe decir que en su corta existencia, la orden paso de ser
filial de la de Santiago, a asentarse sólidamente en el Reino de Aragón,
brillando con luz propia en la conquista de grandes territorios al sur de la
corona.
La Ermita de Nuestra Señora de Montegaudio en Monfragüe
Llegando a la cima donde se encuentran
los restos del Castillo de Monfragüe, adosada a los muros de la torre del homenaje se encuentra la ermita de Nuestra
Señora de Montegaudio, allí en su interior se encuentra la imagen de la virgen de Monte Gaudio o comúnmente conocida como la
Virgen de Monfragüe, cuenta la leyenda que unos caballeros de la orden de Montegaudio que volvían de las cruzadas en
Palestina trajeron consigo esta imagen de virgen bizantina tallada en madera negra y desde entonces permanece en la
atalaya de Monfragüe.
La ermita actual está construida sobre los restos de una más
antigua del siglo XIII levantada por los caballeros de la Orden
de Santiago, actualmente permanece cerrada, solo se abre cuando las
localidades cercanas realizan una romería para venerar a la
virgen de Monfragüe. Los caballeros de la orden de
Montegaudio pasaron a denominarse la orden de Monfrag, debido a que se
asentaron en el castillo, de ahí que la virgen comúnmente reciba el
nombre de la Virgen de Monfragüe.
La ermita de Montegaudio posee un pequeño porche con 3 escudos
en la parte superior de la entrada, el del centro corresponde a
la orden de Santiago, a la cual perteneció hasta que paso a manos de la
orden de los caballeros de Montegaudio, el interior está cubierto con
madera a dos aguas y dispone de una nave divida por 2 columnas, allí en
el centro del altar se encuentra la imagen de la Virgen de
Monfragüe. Sin duda, esta ermita se sitúa en un lugar
privilegiado por las vistas que hay desde allí, mires donde
mires, se contempla casi la totalidad del Parque Nacional de Monfragüe,
las colas del embalse de Alcántara y con frecuencia se ven buitres
sobrevolar la zona.
Presencia en Fraga de la orden de Montegaudio (1) Esta orden es muy poco
conocida, y aún menor su vinculación con la ciudad aragonesa de Fraga.
Intentaremos en estas breves páginas dejar constancia de su origen, presencia
y desaparición. Llegan los templarios a Cataluña y a Aragón
Sus orígenes hay que ligarlos a la presencia de la poderosa orden de los
templarios, que ya estaba establecida en Cataluña, desde 1131 en el lugar de
Granyena y en 1132 en Barberá. El testamento del rey aragonés Alfonso I
les hacía herederos de todo el reino. Ante la imposibilidad del cumplimiento
de estas últimas voluntadas del monarca, recibieron donaciones y castillos en un
acuerdo firmado con el conde Ramón Berenguer IV, príncipe de Aragón, en el
año 1143. Entre dichas donaciones se hallaban los castillos de Monzón,
Chalamera, el feudo de Lope Sánchez de Belchite, Remolins y Corbins, esta
última cuando se conquistase, pues se hallaba en manos de los musulmanes.
Aunque el Temple fue una orden inicialmente creada para la defensa de
los Santos lugares de Jerusalén, la vemos asentarse en Aragón y Cataluña
entre 1131 y 1143, para la defensa de las fronteras con el islam. Eso
justifica el porqué la hallamos en la conquista de Tortosa, Fraga, Lleida,
Mequinenza o Miravet. Difícilmente podía estar presente en la conquista de Fraga
la orden de Montegaudio, porque no fue fundada hasta más de dos décadas después
de la toma de Fraga; sin embargo, bien pudo estar a título personal el conde
don Rodrigo Álvarez, sin poderlo confirmar. La orden templaria recibió el
quinto de los bienes conquistados. Lo mismo en las conquistas de 1153 en el
Bajo Segre (Alpicat, Gardeny, Gebut, Algorfá, Serós, Torres de Segre,
Barbens, Corbins…) o en la Ribera del Ebro (Algás, Batea, Corbera, Gandesa,
Pinell, Rasquera, Flix, Ascó, García, Mora, Tivisa, Matarranya…). Sus extensas
posesiones la hicieron muy poderosa. Con el reinado de Alfonso II de
Aragón, hijo del conde catalán Ramón Berenguer IV y de doña Petronila de
Aragón, prefirió entregarles dinero o nuevas fuentes de ingresos, como la
concesión del molino en términos de Fraga, pero no nuevos territorios, pues
recelaba de su poder; si bien en la campaña militar por tierras de Valencia
les prometió las plazas de Oropesa, Chivert o Montornés. Sin embargo, sólo
recibieron los lugares de Horta, en Cataluña, y Encinacorba, en Aragón. En
este intervalo, temiendo el excesivo enriquecimiento de los nobles
templarios, el citado rey Alfonso potenció la orden de Montegaudio fundada en 1173.
El conde Rodrigo Álvarez o
Goçálvez, fundador de Montegaudio Don Rodrigo Álvarez o Goçálvez, tercer
conde de Sarriá, hijo de don Álvaro
Rodríguez, segundo conde del mismo
título, y de la infanta Doña Sancha,
hermana de Alfonso VII de Castilla,
ayudó al monarca aragonés Alfonso II en
sus campañas, el cual le favoreció con
numerosas donaciones como: Camañas,
Malvecino, Miravete, Perales, Celadas,
Escorihuela, Villel, Libros, Fuentes
Calientes, Castellote, Villarluengo y
Cantavieja. Trasladándose a Jerusalén
adquirió el convento e iglesia de Monte
Gaudio lugar desde el cual los
peregrinos podían contemplar Jerusalén.
El 9 de julio de 1172 renunció ante el
cardenal Jacinto al hábito de Santiago,
y obtuvo licencia del legado pontificio
para fundar la nueva orden que llamó de
Monte Gaudio (de Monts Gaudii o Monte
del Gozo). La nueva orden fundada en
Jerusalén se había de regir con la regla
del Císter. Fue aprobada por el papa
Alejandro III el 24 de diciembre de
1173, y el citado monarca continuó
favoreciéndolo con otras donaciones,
como la de Alfambra en Teruel en 1174 y,
al año, siguiente Fuentes de Alfambra;
confirmadas todas sus donaciones por el
mismo papa el 23 de noviembre de 1180.
Algunas donaciones son posteriores a
esta última fecha: por ejemplo, en 1182
la orden recibía Orrios. Siempre con la
condición de no litigar y tomar
castillos de los santiaguistas, ni
admitir caballeros procedentes de la
orden de Santiago o San Jaime.
Primera
incorporación al temple en 1186 En 1186 la orden de Montegaudio fue
integrada a la del temple por frei
Fralmo de Lucca, maestre de la orden,
sin conocimiento del fundador, que se
hallaba en Jerusalén. Creyendo el conde
Rodrigo Álvarez o Goçálvez que su
maestre se había extralimitado, anuló la
donación dos años después. Pero las
cosas se iban a complicar con la caída
de Jerusalén en 1187 y la posterior
muerte del fundador, perdiéndose la
primera fundación de la orden en el
Próximo Oriente. En España existían
casas hospitales de la orden de
Montegaudio en Castilla-León y en
Aragón. La mayor fuerza de las
posesiones aragonesas determinó que la
casa madre se estableciera en el lugar
de Alfambra en Teruel, cuyo hospital
estaba dedicado al Santo Redentor,
donación de 1187. En octubre de 1188,
Alfonso II, rey de Aragón, al ver el
declive de la orden añadió dos nuevos
fines a los que ya tenían: la atención
hospitalaria y la redención de los
cristianos que caían en manos de los
moros. La rama aragonesa de la orden
cambió el nombre de Montegaudio por el
de Santo Redentor de Alfambra,
trasladando su sede al hospital allí
establecido. Fue su primer preceptor fr.
Arnal de Artesa. La Orden
recibe donaciones en Fraga en 1189
En mayo de 1189, el citado monarca
Alfonso, deseando compensar las pérdidas
de Jerusalén y gratificar los servicios
del conde Rodrigo, concede posesiones y
derechos en Fraga a la orden de
Montegaudio o Montgay y a su fundador,
que fallecería ese mismo año. Entre las
posesiones en Fraga: la vía de acceso a
la villa, la explotación del puente y,
posiblemente, la finca o alquería del
fallecido Pedro Maza, situada en la
margen derecha del Cinca; pertenencias
que más tarde pasarán a la orden
templaria. En la fecha de la donación
era señor de Fraga el noble Arnal de
Eril. Firmaron como testigos de la
misma, entre otros, el obispo de Lleida
Berenguer, Ramón de Montcada, Ot de
Isla, y los sarracenos Moferix de
Abahadida, Jafia Lalamuy y Jafia Lebrel.
El puente de Fraga debían construirlo en
piedra, percibiendo todos los derechos
del honor del mismo y sus accesos, y la
explotación del Sotet. También derechos
de la iglesia, con excepción de los
pertenecientes al obispo de Lleida.
Separación de las dos provincias
Montegaudias En esos momentos ya usaban sobre sus
vestidos la cruz templaria, mitad blanca
mitad roja. El maestre de Castilla se
sintió muy molesto por la creación de la
casa madre en Aragón, por cuyo motivo se
produjo la primera desavenencia entre
ambos maestres. Los montegaudios
castellanos eran partidarios de la
vinculación a los santiaguistas. Por
todo ello, al referirse a la orden de
Montegaudio en Aragón, sobre la cual no
tenían ninguna influencia los
santiaguistas, comenzó a denominarse
como la orden de Alfambra o del santo
Redentor de Alfambra. En Cataluña y
Valencia se la conocía como la orden de
Montjoi o Montgay, y no de Alfambra. Al
comprobar que en 1189 el hospital de
Alfambra se había convertido en la casa
principal, los castellanos establecieron
su casa madre en Monsfrag, junto al
Tajo, separándose de los de Aragón y de
los santiaguistas, que no supieron
mantener la disciplina de unión en la
orden. Lo cierto es que Alfambra y
Monsfrag no se fusionaron nunca a pesar
de su origen común. Todo ello ocurría el
año que percibieron derechos sobre
Fraga, que entonces era de Lleida, como
señala Anna Mur en su obra La encomienda
de San Marcos (1200-1556), publicada por
el Instituto de Estudios Turolenses
(1988). Las dos cruces de las órdenes
militares hermanadas en Fraga -templaria
y montegaudia- se cruzaron nuevamente,
al ampliar los primeros sus posesiones
con las donaciones que pertenecieron a
los condes de Pallars; donación que
corresponde al año 1190.
Incorporación de Alfambra a la Orden del Temple en 1196 Para evitar enfrentamientos con los
santiaguistas de Castilla, el rey
Alfonso II de Aragón propuso nuevamente
la incorporación definitiva de la orden
de Alfambra a los templarios. La fusión
fue concedida por el citado monarca en
abril de 1196. Parece que fue de nuevo
el maestre Fralmo de Lucca el
responsable de la cesión, de la que era
partidario. Al temple pasaron Alfambra,
Orrios, Villel, la Peña del Cid, Libros,
Castellote, Malvecino, Escoriezuela,
Fuentes, Perales, Villalpando,
Villarrubio, Estabás, Cañamas, Alcastrel,
Celadas, Villarplano, Miravete,
Villagarcía, Villarluengo, y la Casa de
Huesca. Los Montegaudios castellanos se separan de los de Aragón
Los problemas se acrecentaron con la incorporación de la Orden de Alfambra a
la de los Templarios. Porque el rey de Castilla hacía lo propio al año
siguiente, concediendo a los montegaudios castellanos la creación de la Orden de Monsfrag por la ocupación de
este castillo, vinculado a la Orden de Calatrava, también regida en las normas
del císter. Los templarios reclamaron las posesiones castellanas y los
calatravos reclamaron las aragonesas. Según afirmaba Salarrullana, la Orden de
Montegaudio en Fraga poseía el castillo de la villa, sin que podamos dar certeza
de la fecha de la concesión de dicho castillo. La torre o almunia de la
margen derecha del Cinca pasó a
conocerse como “Torre dels Fraris”. Su
propiedades sitas en el Secano de Fraga
fueron motivo de una concordia con el
obispo de Lleida en junio de 1199 por la
cual el diezmo pertenecía al temple a
menos que aquellas tierras se
convirtieran en tierras de regadío, en
cuyo caso debían pagar la mitad del
diezmo a la iglesia de San Pedro. El
hábito de la orden era blanco y capa
negra; su insignia, que en principio era
la cruz roja y blanca por mitades, fue
sustituida por la cruz de los
templarios. Reticencias de los
Montegaudios de Fraga
En 1206, el rey Pedro II de Aragón
-que había de elegir sepultara en el
monasterio oscense de Sijena- había
favorecido a la casa hospital de
Alfambra liberándoles de tributos,
inclusive del diezmo correspondiente a
los diocesanos para todos los frailes de
dicha Orden desde el Cinca hasta Ariza.
Algunos freires que no habían querido
pasar a la orden del Temple, como
ocurrió con la comunidad de Fraga, se
les respetó su decisión, aprobada por
bula del papa Alejandro III. Preferían
integrarse a la Orden Calatrava de
Castilla. Pero el maestre del temple se
opuso, con la consiguiente protesta del
maestre de Calatrava. Una sentencia
papal del 17 de junio de 1206 permitió
que la mayoría de los bienes de la orden
de Montegaudio de Fraga pasaran a los
templarios, que era la orden elegida por
la mayoría de los freires de Fraga, pero
se les permitió a los disidentes retener
el castillo y algunas otras heredades:
“…que axí castels com cases, possessions
e altres coses, que en aquells temps que
(h)erederen a vostra Casa, aquels frares
havien, vostra Casa d’aquí avant
poseesca, si alcuna cosa los dits frares
de Santa Maria de Montgay tenen de les
possessions damunt dites”. Esta
situación de dualidad de una misma Orden
primitiva, que se dio en Fraga de 1196 a
1206, tenía los días contados.
Incorporación de Alfambra y
Monsfrag a la orden de Calatrava en 1221
Para escapar a la presión del Temple,
los frailes de Montegaudio castellanos,
la Orden de Monsfrag, como cistercienses
que eran también, buscaron acogerse a la
sombra de sus hermanos los cistercienses
de Calatrava, no menos poderosos en
España que el Temple. Tendencia que
algunos de los de Fraga ya habían
manifestado en 1206. En 1215 el maestre
de Calatrava solicitaba del Papa
Inocencio III que aprobaran la
incorporación o absorción de toda la
antigua Montegaudio por la Orden de
Calatrava. El Papa sentenció atribuyendo
al Temple todo lo incorporado hasta
1196, pero ordenó que los no
incorporados al Temple siguieran con los
bienes que habían quedado fuera de esa
unión.
La disputa entre templarios y
calatravos quedó zanjada en 1221 a favor
de éstos últimos. El comendador de
Aragón en la fecha, fr. Esteban de
Bellmunt, se hacía llamar “Comendador
del Temple de Villel y Sant Redentor”. A
dicha fusión se opuso el papa Inocencio
III que promulgó una bula por la que se
permitía la integración de la orden de
Alfambra, cuya decisión quedó a la libre
voluntad de cada monje-caballero.
Fórmula que ya se había ensayado en
Fraga. También entre los caballeros
castellanos los hubo que se negaban a
unirse a los de Calatrava, -siempre hay
disidentes en todos los lados. Esto
obligó a que algunos frailes rebeldes se
encastillaran en las fortalezas
toledanas de El Carpio, Montalbán y
Ronda, en la línea del Tajo, entregando
estas plazas a los templarios.
Posesiones que fueron el origen de la
encomienda templaria de Montalbán.
Una casa templaria como lo fue la
Almunia de Fraga pudo disponer de tres o
cuatro frailes caballeros, una veintena
de sirvientes o sargentos, y más de
cincuenta obreros o trabajadores
vinculados a la Casa. Además la iglesia
de cada torre o Almunia debía disponer
de un capellán. Esta situación perduró
hasta 1294, año que los templarios
fueron obligados a ofrecer sus
propiedades de Fraga al noble Guillem de
Montcada. De nuevo se mostraron
reticentes a dejar al Almunia, los
derechos del puente, los diezmos del
Secano, el castillo, que acabaron
permutando con dicho Montcada el 7 de
octubre de 1304, por el corral de Las
Aguas, el campo de Campredón cercano a
Mont·Ral y otras heredades a cambio de
los lugares de Gebut y Utxesa, que
pasaron a ser propiedad del noble señor
de Fraga.
Diccionario Histórico de las Ordenes de D. Bruno Rigalt Nicolas; Barcelona 1858
"Muchos caballeros cristianos que se dedicaban
voluntariamente á la custodia del Monte-Gioia ó Monte-Gaudio, que era un sitio
de peregrinacion; se hicieron célebres por los socorros que prestaban á los
peregrinos; y por sus bellas acciones. En 1180 se constituyeron en Orden
regular, hospitalaria, religiosa y militar, que fué aprobada, bajo el nombre de
Monte-Gaudio, por el papa Alejandro III, que le dió la regla de San Basilio.
Cuando la ocupacion de la Tierra Santa por los infieles, los caballeros de la
órden se retiraron á España, en los reinos de Castilla y de Valencia, donde el
rey Alfonso IX les dió el castillo de Mont-franch y las posesiones de Trujillo.
Los caballeros de Mónte-Gaúdio aceptaron esta donacion, y en reconocimiento
defendieron bizarrámente al rey D. Alfonso en las varias luchas que hubo de
sostener contra los moros que asolaban á España. . Además,
para conservar un recuerdo de las liberalidades que les habia prodigado el rey,
resolvieron cambiar el nombre de la órden con el de Mont-franch.
Por los años de 1221, el rey D. Fernando incorporó esta
órden á la de Calatrava. Su divisa era una cruz
octógona de güles.
Orden de Montegaudio.
Por los años
1220-1230, el rey
Fernando incorporó
esta orden a la de
Calatrava. Su divisa
era una cruz
octógona de gules.
El primero, en el
reino de Castilla,
tiene complejos
orígenes. En 1195,
ante el avance
musulmán, la Orden
de la Alcántara
abandonó sin lucha
la defensa de
Trujillo (Cáceres).
Por esta deserción
el rey, Alfonso VIII,
les quitó varias
posesiones; entre
ellas el castillo de
Ronda (Toledo), que
dio a la Orden de
Montegaudio. Pero al
año siguiente esta
pequeña orden fue
anexionada al Temple
y, aunque una
fracción se opuso,
los templarios
tomaron posesión,
por la fuerza, de
granjas, castillos,
etc. Entre éstos el
nombrado de Ronda,
aunque para
complicar más el
asunto el rey dio
gran parte del
pueblo y sus tierras
a la Orden de
Calatrava.
Está
confirmado
que el conde
gallego Don
Rodrigo
Álvarez, que
fue tenente
de la villa
de Sarría
(Lugo) hasta
1171,
sobrino de
Alfonso VII
de Castilla
y participe
en la II
cruzada, a
su vuelta de
ésta, pensó
en ingresar
en la orden
del Temple,
pero al
hacerlo su
mujer en la
del Cister,
se inclino
por la de
Santiago,
llegando a
ser
comendador
mayor.
Pidiendo
permiso al
legado
pontificio,
el cardenal
Jacinto para
refundar la
antigua
orden, a
modo de la
de Santiago,
de la cual
tomo sin
consentimiento
del capítulo
la cruz roja
y blanca por
mitades; con
todo ello el
cardenal dio
su
aprobación
en 1173,
pasando a
residir
inicialmente
en el
castillo de
Abrantes
(Portugal).
Confirmada
por el papa
Alejandro
III en 1175
mediante
bula a favor
de su Gran
Maestre
Francisco
Radecio,
recibiendo
inicialmente
según
ciertas
fuentes la
regla de San
Basilio, con
la condición
de que no
ingresaran
en ella
caballeros
que ya
fueran
santiaguistas
y de que no
tuvieran
ninguno de
los
castillos de
ésta orden.
Para evitar
roces con la
orden de
Santiago,
Don Rodrigo
y sus
caballeros
se
trasladaron
al reino de
Aragón donde
Alfonso II
les recibió
con los
brazos
abiertos y
les otorgó
el castillo
de Alfambra
en 1174.
Se conocen
los nombres
de varios
comendadores
fechados en
1196 en la
concordia de
incorporación
de los
bienes de la
orden de Sta.
María de
Montegaudio
y del Santo
Redentor de
Alfambra a
la orden del
Temple, en
ella
figuran: